Diario de Educación
Por: Juan Carlos YÁÑEZ VELAZCO
Alguna vez le preguntaron al doctor Carlos Salazar Silva cuál era el mejor momento en su trabajo como rector de la Universidad de Colima. No lo dudó. Cuando firmo títulos, respondió. Sabía que los títulos son, para miles de jóvenes egresados de las aulas universitarias, el primero en sus familias, y que a partir de ellos, pueden transformar historia y autoestima.
Yo no estaba en la entrevista; lo esperábamos para subir a la camioneta y parado, distraído, escuché la respuesta y la guardé. Me pareció inteligente y sensible. El propio rector no tuvo un acceso cómodo a su título como médico.
En la semana recordé aquel episodio porque participé en dos exámenes de titulación en la Facultad de Pedagogía. Sendos trabajos obtuvieron mención honorífica luego de las deliberaciones del jurado. Los hicimos a través de la pantalla y las sensaciones no dejan de desconcertar, porque momentos así son ideales de cara a cara, de preferencia, con las familias de los estudiantes como testigos de honor, orgullosos de ese acto que habrán soñado durante años.
Por varios motivos los exámenes de titulación fueron especiales. Los temas abordados (educación indígena y escuelas multigrado) no son comunes en la facultad; emprender investigaciones a nivel licenciatura sobre ellos implica una conciencia social, el propósito de convertir a los segmentos más descuidados del sistema educativo en objeto de atención define el talante de los estudiantes. Visibilizarlos es una exigencia política y pedagógica.
Además, dichos proyectos nacieron durante la permanencia del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación en Colima. Allí se nutrieron y desde ahí los asesoramos. Son productos que, muerto el Instituto, testimonian un poco de la pertinencia que tuvo para abrir ventanas insospechadas. Personalmente es una razón sentimental y racional que me alegra por partida doble.
Para mí, como para el doctor Salazar, las titulaciones de estudiantes son uno de esos momentos alegres en la vida universitaria que compensan, con creces, los amargos o insípidos que a veces se nos cuelan en la cotidianidad.