Diario de Educación
Por: Juan Carlos YÁÑEZ VELAZCO
En una semana comenzamos las clases en la Universidad de Colima. Cada inicio es una oportunidad, un buen pretexto o la obligación de actuar mejor, para las instituciones y las personas, que en estricto sentido son lo mismo, porque las personas son las instituciones, las hacen de una u otra forma.
Este semestre escolar será para la Facultad de Pedagogía, mi espacio laboral, ocasión para la fiesta conmemorativa de sus 35 años de fundación. Ojalá no sea un ciclo más; eso dependerá de nosotros, de quienes ahí trabajamos, enseñamos y de quienes estudian en sus aulas y aprenden con nosotros.
En el año donde se cumplen 80 de la Universidad y las tres décadas y media de Pedagogía, se imponen también los deberes de revisar la memoria o actualizarla, así como de preguntarnos cuánto avanzamos y cuál es el camino que debemos recorrer en la dirección deseable.
Es una perogrullada: la Universidad de hace 80 años, como aquella sociedad, ya solo existe en los libros de historia, en los testimonios de distintos tipos; pero la sociedad cambió, evolucionó, avanzó, y las instituciones educativas tienen la exigencia de transformarse en paralelo, o mucho más.
La Universidad de hace 35 años es distinta en muchos aspectos a la que hoy tenemos; quienes se fueron de ella hace tres décadas hoy podrían reconocerla en muchos aspectos, pero muchos otros les serán diferentes e incluso ajenos; algunos les sorprenderán, otros les maravillarán.
Los aniversarios son materia obligatoria de festejos, pero también pueden ser optativas de reflexión, para colocar las nuevas coordenadas donde ubicarnos en el presente y hacia el futuro. La otra opción es enterrar la cabeza, enseñorearnos con la complacencia de aciertos y escondiendo errores.
Cada inicio de semestre escolar es una oportunidad para cambiar y cambiarnos en las prácticas. Es el espíritu, por lo menos, con el cual intento entrar al salón de clases cada seis meses, sobre todo ahora, en que tendré la suerte de estudiar con un nuevo grupo de estudiantes.
La materia que enseño se llama “Gestión y administración de la educación superior I”. La elegí porque creo que puedo aportar a los estudiantes. Me gusta, excepto el nombre, bastante perfectible.
El curso me resulta desafiante, vital al mismo tiempo, porque si hoy necesitamos buenos profesores en las escuelas, esos profesores se potenciarán en la medida en que tengamos a los extraordinarios en los puestos de directores o tomando decisiones en los centros escolares.
Me propongo, entonces, no enseñar una materia que se llama tal, sino colaborar en la urgente tarea de que los directores del futuro mediato sean mucho más eficaces que nosotros. Es el empeño.