Crónica sedentaria
Por: Avelino GÓMEZ
Mejor ya ni hablamos del año de comienza. Porque parece que el 2020 no se quiere ir. La peste, los inéditos acontecimientos políticos y la enquistada violencia transitan por el nuevo calendario. Diferente año, misma realidad.
Así que mejor hablemos de un tema que realmente nos interesa: los perros. Los perros son un bello tema, como los libros. Aunque si se abre un perro, decía el ingenioso Groucho Marx, es seguro que en su interior estará muy oscuro para leerlo. Preferible que sean los perros quienes nos lean a nosotros.
Siendo justos, habrá que decir que le debemos al perro el que nos haya enseñado a ser más humanos. Es decir, menos bestias. El novelista John Steinbeck, por ejemplo, no pudo imaginar un largo y tedioso viaje en carretera sin ir acompañado de su mascota. El escritor recorrió más de treinta entidades de los Estados Unidos a bordo de una furgoneta, llevando como único acompañante a su viejo caniche. Como resultado de ese recorrido, Steinbeck escribió un hermoso libro de viajes que se llama —y cómo si no— “Viajes con Charley” (1962). El premio Nobel describe así a su amigo de cuatro patas y la importancia que tuvo en su recorrido: Charley es un perro alto. Cuando se sentaba en el asiento de al lado, su cabeza quedaba casi a la misma altura que la mía. (…) Es un buen amigo y compañero de viaje, y no hay cosa que le guste más que andar de aquí para allá. Si tiene una gran presencia en esta crónica se debe a que aportó mucho al viaje. Un perro, sobre todo uno exótico como Charley, es un vínculo entre desconocidos. Muchas conversaciones en ruta empezaron con «¿De qué raza es ese perro?”. El perro fue, en resumidas cuentas, quien le hizo el viaje al escritor.
No menos digno de mencionar es la biografía novelada que Virginia Woolf escribió de un cocker spaniel cuya ama era la poeta inglesa Elizabeth Barrett. El libro se titula “Flush: una biografía” (1933) y es un inteligente y lindo libro sobre la gran influencia que puede llegar a tener un perro en la vida de alguien. Woolf logró que, a través de la mirada noble de la mascota, conociéramos la vida de una poeta del siglo XIX. Eso lleva a pensar que, si nuestros perros tuvieran la posibilidad de hablar, contarían nuestra vidas con total verdad. Muy al contrario de cómo la contaríamos nosotros mismos, que somos tan proclives a aparentar lo que no somos, ni fuimos, ni seremos. Nuestros perros no sólo son guardianes de la casa, también de nuestros secretos. Pero también son cómplices delatores de nuestras grandes alegrías —si es que todavía tenemos la posibilidad de ser alegres en tal magnitud— y de nuestros sentimientos hacia otras personas.
Esto me lleva a recordar al escritor mexicano Sergio Pitol, quien en los último años de su vida tuvo como fieles acompañantes —y biógrafo silenciosos—a un par de perros (labradores tal vez). Y eran, por no decir más, parte de su familia. Tan así, que cuando Pitol se encontraba de viaje, atendiendo compromiso de trabajo por varios días, solía llamar todas las mañanas a casa para preguntar cómo habían amanecido sus perros. A esas alturas de su vida, aquellos perros no eran solamente mascotas, era parte de su propio corazón.
Y aquí, finalmente, debo confesar que he dado este gran rodea para decir que yo conocí al perro más hermoso del mundo. No sólo lo conocí, también fui su amigo. Desde que él era un pequeño cachorro y hasta que creció alto, vigoroso y noble como sólo puede ser un ejemplar de su raza. Lo vi hacer cosas increíbles: se hizo amigo de personas a los que yo no me atrevería a dirigirles la palabra; lo vi escapar cuando le daba la gana y también permanecer, solidario, a los pies de uno en momentos críticos; ladraba, festivo, cuando era necesario o sabía guardar un ceremonioso silencio; dormía a pata suelta y hasta roncaba; nunca comió si no tenía hambre, pero siempre supo expresar su agradecimiento por tener el plato lleno. Y, sobre todo, entendía y cuidaba. Con pasión. Entendía y cuidaba esa fraternal relación que uno tiene con su perro y con el mundo. Hace tiempo que ese perro ya no está, pero si me pregunta yo digo que sigue estando. Que sigue siendo. Y que es todo lo que he contado líneas arriba de otros canes, y tal vez mucho más. Si lo recuerdo ahora, es porque merece ser recordado; y merece que de él se diga eso: que fue el perro más hermoso del mundo. Así como el suyo, como su mascota, que ahora mismo está echado en algún lugar cercano, atento a que usted lo mire a los ojos.