Miniaturas
Por: Rubén Pérez Anguiano*
Quienes conocen esas zonas residenciales exclusivas, habitadas por extranjeros o mexicanos en buena posición económica, estarán de acuerdo conmigo. Son zonas que resguardan la seguridad de sus habitantes casi por el puro prestigio. En realidad, no poseen barreras o protecciones especiales.
Si acaso un guardia al entrar y otro que da vueltas por allí. Las casas tienen un estilo abierto, con amplias ventanas sin cancelería y los jardines privados son casi una prolongación de las zonas verdes de uso común. Como es lógico, se considera de mal gusto colocar enrejados o vallas.
Es curioso, pero a veces esas zonas residenciales están muy cercanas o incluso colindan con zonas populares donde suelen presentarse problemas de seguridad, pero esos problemas jamás tocan a las puertas del privilegio. Diríase que los malosos miran de lejos, quizás con inquietud y deseo, pero sin atreverse a transgredir los límites.
No es que sea difícil dar el paso a la zona prohibida: es algo más profundo. Quizás sea el miedo a enfrentarse con una reacción policial desproporcionada, pues las instituciones de seguridad reaccionan con energía cuando se afecta a familias ricas o extranjeros. También puede ser algo cultural, como si se siguiera mirando con reverencia a los ricos (los dueños) desde la pobreza (servidumbre). Es algo extraño y muy digno de un análisis sociológico profundo.
Pero a veces, sólo a veces, toda la carga de poder que brota de esos linderos mágicos resulta insuficiente y un ladrón enfebrecido, rebelde o inconsciente, transgrede las normas y se mete a robar a la casa de los ricos y poderosos. De repente la magia se rompe. Los delincuentes se dan cuenta que hacer fechorías allí es casi un juego de niños y comienzan a realizar correrías audaces por el territorio prohibido.
Entonces, la magia de lo invulnerable se rompe y la zona exclusiva puede descomponerse de la noche a la mañana. En poco tiempo las familias se dan cuenta de que vivir allí se vuelve peligroso y emigran, las propiedades se descuidan o cambian de manos, cae el valor inmobiliario y de repente, la exclusiva zona se vuelve un territorio triste y olvidado.
La democracia, la división de poderes, el federalismo y otros frutos políticos de la civilización occidental son muy similares a esas zonas de linderos frágiles. Durante años el espacio es respetado, pero basta con que alguien se atreva, el ejemplo cunda y el lugar caerá, porque nunca se pensó que alguien se atrevería a burlar sus límites. Por eso mismo, allí no existe ciudadela para organizar una contraofensiva o refugio para intentar una simple resistencia.
La división de poderes es un ejemplo elocuente: un estilo autoritario en el Poder Ejecutivo puede alcanzar en algún momento una mayoría circunstancial en el espacio Legislativo o en el Judicial y trastornar el delicado equilibrio. Después de eso ya no habrá barreras para la imposición, el capricho y la frivolidad.
A la democracia le puede ocurrir algo similar: se pueden burlar los resortes legales que le dan sustento para arribar a una simulación, algo que parece democracia, pero no lo es. También es posible que la demagogia y el engaño perviertan a grupos sociales que elegirán en automático, sin mediar la reflexión ciudadana en la que se sustenta el credo democrático.
Saltar el suave lindero que divide a la división de poderes del autoritarismo enmascarado o que divide a la democracia de la imposición puede ser algo sencillo en la circunstancia adecuada: solo se requiere menospreciar los principios y no tener vergüenza. Después viene el caos.
Me temo que estamos en esos momentos.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.