¡Alirón, alirón, el Barça campeón! La Liga cayó rendida finalmente a brazos del Barcelona , más seductor que el Madrid, víctima del drama de Sísifo, derrotado después de un esfuerzo homérico.
Los azulgrana no han abandonado la cumbre desde que la alcanzaron el año pasado con la conquista de seis trofeos.
En la última jornada, renovaron el título de un campeonato que han gobernado de forma extraordinaria desde el inicio, sin concesiones, siempre convencidos de su suerte y de su fútbol, superiores colectivamente y en el mano a mano.
Al fin y al cabo, el Barça nunca jugó con el retrovisor sino que compitió de cara, desde la afirmación, con la suavidad y elegancia de un Rolls Royce, alejado del ruido de los Ferrari del Madrid. Han vivido los madridistas pendientes de un error del Barcelona que no se ha dado y se han puesto reiteradamente en manos de los personajes más rocambolescos del torneo, desde Canales a Pochettino, sin que la táctica tampoco les haya dado resultado. Los azulgrana respondieron ayer a su condición de favoritos con una actuación solemne, hasta cierto punto habitual y corriente, muy natural.
Aunque ya sabía que sin Xavi las cosas son más difíciles, la afición azulgrana se había pedido un partido fácil para descansar y disfrutar de un torneo que ha resultado tan largo y excitante como estresante por la chapa que ha dado un fenomenal Madrid. Ayer, por una vez, no tenía que estar pendiente del resultado del equipo de Florentino y Ronaldo, como cuando la suerte del dream team estaba ligada a los resultados de Tenerife y A Coruña. Anoche le bastaba con ganar en el Camp Nou y poner la radio simplemente para acompañar, nunca para sufrir, signo de los tiempos de mejora del equipo y del club, que ya cuenta 20 Ligas, la mitad en los últimos veinte años. Y el triunfo azulgrana nunca se discutió salvo un ratito muy en el inicio del partido.
Al Barça le llevó un tiempo entrar en juego ante un adversario que se plantó con una defensa de cinco en el Camp Nou. A los azulgrana les disgustan los partidos que exigen un cierto control emocional como el de ayer, y más cuando les faltan futbolistas que marcan estilo como Xavi u ofrecen un punto de pausa y lucidez, virtudes de Iniesta. Ausentes ambos, Guardiola apostó por Touré y Keita como volantes y el equipo tuvo más tiro exterior y fuerza, y de salida también menos control de partido. Aturullados, los azulgrana concedieron nada más empezar dos ocasiones al Valladolid, sobre todo una a Manucho, cuyo remate sacó Puyol cuando estaba batido Valdés. Falló el meta, que combinó malamente y de forma reiterada con Piqué, como si uno y otro no se conocieran de nada en la vida, y no atinaron los delanteros pucelanos cuando tenían franca la portería.
Al equipo azulgrana le temblaba el pulso, le faltaba cintura y no encontraba la manera de darle ritmo y continuidad al juego. No daba con Messi. La Pulga reapareció a tiempo, pasado el cuarto de hora, y tuvo el gol muy cerca. Le falló también la puntería cuando sólo tenía que colocar la pelota y retardó un poco más la victoria azulgrana, anunciada en cuanto los volantes agarraron el sitio en la cancha y la recuperación y anticipación se impuso a la elaboración. El tanto cayó como fruta madura por gentileza de Luis Prieto. El central puso el pie a un centro de Pedro y sorprendió a su portero. El segundo gol ya fue otra cosa, una nueva historia, la expresión de que el Barcelona le había cogido el gusto al encuentro: Messi bajó a la medular, regateó un par de veces, se apoyó en Touré y habilitó a Pedro para que marcara.
El gol fue tan bello, tan sereno y exacto, que parecía no admitir una copia de su equipo ni una réplica del rival. Falsa impresión. Aparecido Messi como hilo conductor y muy puesto Touré, convertido en centrocampista universal, la única duda estaba en saber si la Pulga igualaría el registro de goleador de Ronaldo (34). Y Messi empató al brasileño con dos tantos de museo. Touré se arrancó en el 3-0 con un caño, como si fuera Iniesta, profundizó con la potencia de Keita y la puso para la llegada de Messi con la precisión de Xavi. Y después, el propio Touré, le entregó de nuevo el balón al argentino, que se marcó una jugada excepcional y también muy suya: dos quiebros, dos zagueros eliminados y dos goles en su cuenta: 4-0.
Nada pudo hacer Clemente, al que siempre le gustó llevar la contraria, por más que le pidiera a su equipo que embistiera como un toro. El problema para los pucelanos es que el Barça es José Tomás. Ambos se superan a diario desde el riesgo y la emoción, a partir de la ética y la técnica, igual de expuestos ante el enemigo, prohibido dar un paso atrás, convencidos de que si no se superan a sí mismos en cada actuación serán acusados de decepcionar. Así las cosas, los azulgrana no pararon de jugar hasta el final para suerte de una hinchada muy festiva desde el descanso, feliz por el éxito de su equipo.
Tan dulce se puso la noche que Guardiola dio salida a Ibrahimovic, a Henry y a Iniesta. Nunca un partido de la presente Liga, siempre exigente y pesada, había resultado tan plácido y emotivo en un Camp Nou entregado de nuevo a Messi, a la Masia, al més que un club, a un líder en 28 de las 38 jornadas, al trofeo Zamora (Valdés), al Pichichi (Messi), al mejor campeón de la Liga por puntos. Nadie ha ganado la Liga con tanta autoridad y rotundidad como el Barça. No por esperada, resultó menos bonita, así que largamente festejada por la gent blaugrana.