Programas semejantes, estrategias opuestas
Rubén Carrillo Ruiz
Hillary Clinton reincidirá en su propósito. No pudo en 2009 ante la irrupción de Obama. Quedó comprobado que no son los candidatos el alma de una campaña presidencial. Son los electores. Los que temen. Los que quieren. Los que quieren creer.
Se vio en 2004, cuando el miedo de 60 millones de norteamericanos reeligió a un texano con botas. Se vio hace siete años con dos ovnis políticos que atizaron fantasmas de minorías, de mujeres al poder, deseos de venganza o sueños de reconciliación.
Nunca, en tiempos recientes, los Estados Unidos proyectaron este punto en una elección. En ningún tiempo el país había tenido la impresión de ser un niño a quien se da tarjeta blanca en una dulcería.
La derecha se minó, dividida, por ocho años de las dos presidencias más impopulares de toda la historia. El triunfo apareció en el cetro de un demócrata. Ganó un negro por primera vez en Estados Unidos. Y Hillary insiste. ¿Pero por qué retrasarse en este detalle? ¿Por qué no limitarse a sus programas, sus diferencias de estilo y método?
Porque esta dimensión los supera. Estados Unidos es una nación donde las mujeres representan más de la mitad de los egresados universitarios, pero menos del 3% de los ejecutivos de grandes empresas.
En 2009: una mujer, un negro, dos programas que se parecían como dos gotas de agua: uno como otro querían una medicina al alcance de todos, uno como otro querían reducir desigualdades, uno como otro querían reducir la fractura racial, uno como otro no tuvieron ninguna intención de dejar Irak. Uno como otro.
No eran, pues, radicalmente diferentes. Olvídese un momento la diferencia de edad, los catorce años que los separaban. Es necesario remontarse a la infancia para incluir lo que los conecta: se descubre una muchacha carecida de Park Ridge, Illinois, suburbio blanco de los años cincuenta dónde todos los hombres en traje oscuro van al trabajo a la misma hora. Hija de un padre imposible, absolutista y seguro, salvada por una madre cariñosa, inteligente, exigente. El otro lado: un niño frágil cuyo padre de Kenia volvió a salir del país cuando tenía 2 años, un niño guiado por una madre cariñosa, inteligente, exigente ella también, venida de este Midwest metodista. “Lo mejor que tengo se lo debo a él”, escribió Obama en su autobiografía, una frase que Hillary podría reanudar palabra por palabra en su próxima campaña.
Sin empujar demasiado lejos, el paralelo entre ambas personalidades era fuera de lo común. Hillary nunca se ha deshecho de su caparazón. Alega orgullosamente a su ídolo, Eleanor Roosevelt, explicando que las mujeres políticas deben tener “una piel tan gruesa como una parte inferior de rinoceronte”. Barack Obama, al contrario, parecía en armonía con sí mismo desde que se entrevistó con su mujer, Michelle, abogada como él de Harvard.
Pero la verdadera línea divisoria no estaba allí: un hombre y una mujer de izquierda, dos senadores del mismo partido cuyos programas se parecían, dividieron repentinamente a la Norteamérica demócrata en dos campos apasionadamente opuestos. Se podría atenerse a la personalidad, por supuesto.
La fractura es más profunda, más interesante también. Los dos no tenían la misma concepción del poder. ¡No estuvieron de acuerdo en lo que constituye una experiencia política válida! No, definitivamente, todo los separaba en este terreno.
Hillary no rechazaba el sistema existente, al contrario. Como senadora, abarcó sin complejo el mundo de los grupos de presión y donantes no siempre desinteresados. Obama estuvo en otra lógica cuando pidió a los electores deshacerse del viejo sistema (poner fin al ciclo Bush-Clinton-Bush-Clinton), que duraría veinticuatro años o incluso veintiocho si se reelegía a Hillary en 2012. La historia recomenzará en 2016.
ETAPA FINAL
Las campañas proselitistas ingresaron en su fase terminal (algunas de anorexia ideológica y otras de bulimia vulgar). Miles de imágenes, videos, mítines, contrapropaganda y un uso poco profesional, en ciertos casos, de las redes sociales alejaron, creo, a la política del ánimo de los colimenses.
Sin embargo, a estas horas hay tendencias casi definitivas en el sentido preferente de los votantes por los registros demoscópicos, las visitas constantes de los candidatos y en la estrategia de cada partido el día del sufragio.
Quedará claro que los pronósticos de agoreros de última hora, falsos promotores de la democracia, no estarán por encima de la inteligencia y el convencimiento colectivo.
Y me gustará ver sus caras cuando se comprueben dos cosas: sus diagnósticos sin tino y que el periodismo local puede sacudirse rémoras, pues a un articulista en particular se le aplica aquello de Groucho Marx: estos son mis principios, si no te gustan, tengo otros, claro, todo con cargo a la nómina gubernamental.
La ortografía
Se eximen algunos cursos de ortografía en la universidad. Los profesores se cansan de leer disertaciones plagadas de faltas. Lógica: en su proceso de contratación, las empresas evalúan las competencias ortográficas de los aspirantes.
Algunos de los jóvenes son incapaces de redactar el menor informe. Nunca se había escrito tanto en el mundo; nunca, sobre todo, se había tenido tanta necesidad de escribir. La ortografía defectuosa se convierte en barrera para la contratación y frena las evoluciones de cualquier profesión.