Los refranes y la política
Por: Rubén Carrillo Ruiz
Los tiempos previos a las definiciones de candidatos y durante las campañas son idóneos para el surgimiento de simpatizantes, adherentes y panegiristas en un bando; y en el otro, detractores asalariados, plañideras, que venden caro su amor y facilitan su honra.
Las contiendas políticas dividen y aun fisuran a las ideologías, los partidos y candidatos. Con la temperatura de la elección priista surgió un grupo de periodistas locales cuya intención manifiesta consistió en crear la ilusión óptica de que un pretendiente era ideal para regir los destinos gubernativos de Colima y que, si tal no ocurría, nuestra democracia incipiente correría peligros y la libertad de expresión se vería amenazada.
Nada me sorprende de lo anterior salvo un aspecto casi inexplicable: la incorporación a ese periodismo falaz de un escritor como Rogelio Guedea, convertido, con su prosa de escupitajos, en el sicario más representativo del lumpen mediático que, en cada campaña, ofrece sus servicios para luego incorporarse a las nóminas institucionales.
Durante más de un año, chiflando en las antípodas del mundo, quiso dar lecciones de periodismo, sancionando contenidos, pontificando sobre la democracia siempre imperfecta en cualquier parte. Una característica suya es que, primero, ingresa en un medio y luego lo vilipendia, como vampiro que extrae toda la sangre de su víctima. Casi de todos los periódicos colimenses habla mal desde su punto de vista (financiado desde lo oscurito). No me sorprende. Es un usurpador. Solo recomiendo a los candidatos que tengan cuidado si aceptan volverse sus compadres.
La paremiología es el tratado de los refranes y un buceo histórico en sus significados. Me valgo de ella para explicar el proceder de este poeta radicado en Nueva Zelanda, quien a lo largo de meses echó pestes, cambió de chaqueta, picó muy alto, pensó que como el ladrón todos son de su condición, perdió los estribos, se convirtió en rémora, hizo su agosto, se metió en un berenjenal y, por fortuna, sus escasos juicios quedaron al garete. Las referencias provienen de los magníficos libros El porqué de los dichos, de J.Mª. Iribarren, y Del hecho al dicho, de G. Doval.
Echar pestes
El que dice palabras de enojo o amenaza y execración o del que habla mal de alguien y se vale de tacos, palabrotas e imprecaciones. Aparece recogido como refrán en el primer diccionario de la Real Academia Española (Diccionario de Autoridades) y se ha mantenido hasta nuestros días. Proviene de la frase muy utilizada en castellano antiguo: «echar o decir pésete» en la que el término «pésete» equivalía a «que te pese», expresión que, en cualquier caso, implica maldición o injuria.
Cambiar de chaqueta
El que cambia de opinión o de partido. Antiguamente, con idéntico sentido, se decía volver o cambiar la casaca y así aparece recogido en el primer diccionario de la Real Academia Española (Diccionario de Autoridades) con el significado de: «Dejar el partido de uno y seguir el del contrario. Es mudarse de un bando a otro».
Picar muy alto
El que aspira o pretende algo que está por encima de sus posibilidades. Aparece recogido en el Diccionario de la Real Academia desde la edición de 1737 con el significado, hoy abreviado, de: «Phrase con que se dá a entender que alguno se jacta con demasía de las calidades o partes que tiene: o que pretende y solicita alguna cosa mui exquisita y elevada, desigual a sus méritos y calidad. [ … ]. Vale también sobresalir y exceder mucho del concepto que se tenía formado de alguna cosa».
Para algunos estudiosos el origen o la popularización de este dicho proviene del rey Felipe IV de España, que asistía a una corrida de toros en la Plaza Mayor de Madrid en la que, entre otros, participaba el conde de Villamediana, de quien se decía que estaba enamorado de la reina y que rejoneó con acierto un toro con la pica y fue por ello muy alabado: «¡Qué bien pica el conde!», se oyó, a lo que el monarca, dicen que apostilló : «Pica bien, pero pica muy alto».
Piensa el ladrón que todos son de su condición
Dícese del culpado de cualquier delito o defecto, con facilidad malicia y temerariamente juzga que los demás incurren en la misma culpa que él.
Con esta definición lo recoge la edición de 1734 del Diccionario de la Real Academia Española. Sin embargo, en la edición de 1803 este dicho se refiere de otra forma: «que enseña cuán propensos somos a sospechar de otro lo que nosotros hacemos», y así se muestra hasta la de 1970, edición en la que ya no se menciona y desde la que desaparece definitivamente del diccionario.
La primera referencia está en el escrito Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés en 1529, con la siguiente redacción: «… mas ¿no sabes que ‘piensa el ladrón que todos han su coraçon’?».
Perder los estribos
El que pierde la paciencia y actúa con ira y sin control. Aparece en la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española (1732) con el doble significado, real y figurado, de «sacar al que vá a caballo de su asiento y firmeza, haciéndole perder los estribos, esto es, que el pie salga fuera del estribo ú de ambos, como suele suceder en algún encuentro violento, ó quando el caballo se inquieta con excesso» y «salir uno de su acuerdo, dexarse llevar de las pasiones del ánimo, con tanta demasía, que desbarre y pierda la paciencia ó el juicio». Este último, en sucesivas ediciones, se ha simplificado con la actual redacción de «desbarrar, hablar u obrar fuera de razón. Impacientarse mucho».
Ser una rémora
Todo aquello que es un obstáculo o impedimento. Rémora, término recogido en el Diccionario de la Real Academia Española desde la primera edición (1737), es, en sentido estricto, el nombre de un pez marino cuya cabeza tiene un disco o ventosa que le sirve para adherirse a los objetos flotantes de su alrededor, y, en sentido figurado, ‘cualquier cosa que detiene, embarga o suspende’.
Hacer su agosto
El que hace negocio, se lucra, aprovechando la ocasión o mediante trucos y engaños.
Esta frase aparece recogida en la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española de 1726 con el sentido de «lograr alguna ocasión de utilidad considerable».
Meterse en un berenjenal
El que se halla en un embrollo, jaleo o lío del que no sabe cómo salir. Esta expresión aparece por primera vez en el Diccionario de la Real Academia de 1884, «meterse en buen, en mal, ó en un berenjenal», y lo define como «meterse en negocios enredados y dificultosos». En la edición de 1992 se simplifica su explicación y nos remite a «embrollo, jaleo, lío», la misma definición que encontramos en la edición actual del Diccionario. Su origen parece que está en lo complicado que es faenar en un campo sembrado de berenjenas (solanum melongena). La berenjena es una planta de tallos rastreros con grandes hojas verdes llenas de aguijones, a la que antaño se consideraba venenosa porque se creía que causaba locura.
Irse al garete
Cuando algo se malogra. Aparece recogido en el Diccionario de la Real Academia Española desde la edición de 1899 como una expresión marinera: «Dícese de la embarcación que, sin gobierno, va llevada del viento ó la corriente», y en ediciones posteriores se incorporó: «a la deriva». En los últimos trabajos del DRAE indica también: «denota enfado o rechazo» y «fracasar o malograrse». Su origen parece estar en la expresión francesa «étre égaré», cuya traducción sería «estar o andar extraviado».