Diario de Educación
Por: Juan Carlos YÁÑEZ VELAZCO
El viernes terminó el ciclo lectivo en las escuelas públicas de educación básica. Se acabó el programa “Aprende en casa” (y enseña desde casa) y viene un verano “divertido”, anunció el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma.
Es hora de evaluar las estrategias usadas para continuar el año escolar trunco por la pandemia, pero no solo el trabajo de las maestras, ni el aprendizaje de los niños con respecto al currículum oficial. Si asistimos a la transformación del sistema educativo, es buen momento para ensayar la evaluación de 360 grados, para que todos los actores del proceso tengan el derecho y la libertad de opinar; de examinar y ser examinados.
Que los niños, en el momento oportuno, sean evaluados en sus aprendizajes es necesario, servirá para diagnósticos y planeaciones; pero que también los niños evalúen lo que les correspondería juzgar: a sus maestros, materiales, tareas, horarios, programas de televisión y plataformas digitales, actividades, retroalimentación recibida.
Que los maestros evalúen a sus directoras y supervisores; por ejemplo, las decisiones y sus tiempos, canales de comunicación, acompañamiento, entre otros aspectos. Que los directores y supervisores hagan lo propio.
Sería extraordinaria una evaluación como no es habitual: de abajo hacia arriba, lateral, no solamente de los superiores en cada escalón. La evaluación entendida como proceso de diálogo, comprensión y mejora, no como calificaciones o controles. Ya podemos imaginar la cantidad de información valiosa que se produciría para preparar los siguientes ciclos escolares y darle sustancia al cascarón de la Nueva Escuela Mexicana.
Al explicar el cierre del ciclo y el retorno al próximo, el secretario Moctezuma anunció también la realización de un curso “remedial”, y la palabra elegida me causó pésima impresión. Remedial es un término desafortunado en este contexto: si todavía no se hacen los diagnósticos (¿o ya están?), qué van a remediar. Se remedia lo que está enfermo o dañado. ¿Qué es lo que enfermó en esta situación? ¿Los alumnos, los maestros, las condiciones de las escuelas, las decisiones políticas, las autoridades, la inteligencia de la Secretaría de Educación Pública?
Ante de las evaluaciones, el diagnóstico es lapidario: vamos a remediar, a curar a los dañados o enfermos; léase: a los estudiantes. Mal comienzo del verano divertido.
“Verano divertido” es otra expresión discutible. Parece que haber leído y visto a Francesco Tonucci en seminarios web no sirvió mucho en las esferas donde se toman decisiones. Un verano divertido con horarios, basado en pantallas y dirigido por adultos para niños es lo menos parecido a lo que gusta a los infantes, como ha pregonado hasta el cansancio el pedagogo y dibujante italiano. ¿Les preguntaron a los niños qué es divertido? ¿Cómo les gustaría divertirse a ellos? ¿Cuál es su margen de libertad para hacerlo divertido?
La pandemia ha confirmado otros rasgos del sistema educativo: improvisación, verticalidad y la sempiterna falta de respeto a los derechos de los niños. Una vez más, son ellos quienes menos cuentan y más lo sobrevivirán.
Las pocas dosis de optimismo en que la contingencia fuera un momento de inflexión se me agotan a cada decisión cortada con las mismas tijeras y moldes de siempre.