Columna Sedentaria
Por: Avelino GÓMEZ
Leo Palabras del camino, el libro de memorias de Martha Sosa, publicado recientemente bajo el sello editorial Puertabierta.
Casi al inicio de las doscientas páginas que componen el libro, encuentro un pasaje llamativo. Es sobre el recuerdo que Sosa guarda sobre su primer encuentro con la exgobernadora Griselda Álvarez (1913-2009). Era el inicio de los años 80. En ese entonces Martha Sosa empezaba a participar en política, pero la mayor parte de su tiempo la dedicaba a ser ama de casa y a trabajar en algunos empleos administrativos. Uno de esos empleos fue en la Superintendencia de Operaciones Portuarias, en Manzanillo, donde ingresó como secretaria y terminó siendo la titular de una jefatura.
Y fue allí, en ese empleo, donde conoció a quien fuera la primera gobernadora del país. Martha Sosa cuenta que el encuentro no fue formal, sino circunstancial. Porque ella, siendo secretaria, también debía alternar como edecán en las reuniones que los directivos de la dependencia sostenían con diversos actores políticos y sociales. Así entonces —recuerda Martha Sosa con discreto humor— conoció a Griselda Álvarez mientras “servía el café y las galletas” a los asistentes de una junta.
¿Pero qué más recuerda Martha de Griselda? Interesa el encuentro entre estas dos mujeres, porque sucedió cuando una apenas descubría el camino de la política, y la otra era gobernadora y ejercía, con total dominio, el poder político del estado. Pues bien, Martha, quien en el 2009 ya tendría capital político suficiente y todas las condiciones para ser —y lo fue— candidata de oposición a la gubernatura, se detuvo un poco para observar la figura de Griselda Álvarez. Y en su libro leemos al respecto: “A la poca distancia que me encontraba de ella, me pareció una figura impresionante, tuve la percepción de que era alta, aunque su estatura era media y muy señorial, a pesar de lo adusto de su semblante y el peinado en chongo alto que llevaba”.
Además del retrato que Martha hace de Griselda Álvarez, también están las impresiones generadas. Y sobre ello, apuntó lo siguiente: “Para mí, lo mejor fue verla presidiendo una reunión de muchos varones —ya que todos los jefes lo eran—, y marcar la pauta de sus intervenciones. Como yo ya participaba en política, aunque en un partido diferente al de ella, me dio orgullo el logro de esta mujer”.
Esta última frase, probablemente, revela el modo en que Martha Sosa pensaba sobre el quehacer político. Porque más allá de las diferencias ideológicas o posturas partidistas, imperó en ella el reconocimiento de las capacidades y logros de Griselda Álvarez. Años después, Griselda debió enterarse, por la propia Martha Sosa, de las buenas impresiones que le causaron al verla en el ejercicio del poder.
Aquellos años debieron ser difíciles para las mujeres que incursionaban en política. Ahora también lo es, pero de diferente manera. Es distinto, sobre todo, el cómo se relacionan entre ellas. Pensemos en la gobernadora Indira Vizcaíno y su relación y colaboración con las alcaldesas del estado: es un desastre. A quienes nos agradaba ver a las mujeres gobernar, empieza a desalentarnos sus formas al hacer política. Adoptaron las mismas prácticas de sus colegas varones. Se han abrazado, incluso, al discurso simplista e intransigente del oficialismo, cuyo máximo exponente es un hombre dogmático y fuera de tiempo.
Antes de llegar a sus cargos, estas mujeres hablaban de sororidad y empatía. Una vez que llegaron su papel se devaluó —¿o lo devaluaron a propósito?—. Han hecho suyas las actitudes que decían combatir. Atrás quedaron los tiempos en que las mujeres sabían reconocer, y honrar en su persona, el esfuerzo de sus iguales para llegar a donde otras no pudieron. Lástima.