DISLATES
Por: Salvador Silva Padilla
Con frecuencia, cuando nos referimos a una determinada persona que es toda una celebridad, solemos escuchar que se podría escribir un libro alrededor de sus anécdotas. Pues bien, de J. Guadalupe López León efectivamente se escribió un libro («López invocando al diablo y otros relatos» entrevistas realizadas por Sandra Patricia Silva Aguilar, editado por Puertabierta) y estoy seguro que fácil se podrían escribir cuatro o cinco libros más. César Cárdenas, por poner un ejemplo, creó un grupo de whatsapp «Los amigos del amigo» en recuerdo del «Ficha»; así, nos hemos reunido en vivo y en whatsapp tan solo para recordar sus historias y tomarnos una cerveza a su salud.
Desde principios de los años 90, cada diciembre, por iniciativa propia, López organizaba «Tiempo de Navidad»: convocaba a sus no pocos amigos para que lo apoyáramos en su objetivo de brindar unos momentos de alegre convivencia a grupos de personas (muchos de ellos vulnerables) que estuvieran alejados de su entorno familiar: ancianos en asilos; enfermos en centros hospitalarios niños sin hogar; menores infractores; e incluso soldados que estuvieran alejados de sus familias. Así pues López León organizaba a un grupo de artistas -músicos, payasos, magos…, – para las presentaciones artísticas. Los que no teníamos talento, fungíamos como socios capitalistas, para entregar juguetes para los niños y obsequios a las personas mayores.
Todavía se recuerda el encuentro de bandas de música de todo el estado que López León organizó en el Jardín Libertad. O qué decir de la presentación del libro «Itacate» de Cristina Barros Valero y de Marco Buenrostro, que se hizo en el corral de una casa en Zacualpan. La obra es una recopilación de artículos, donde se rescatan recetas e ingredientes tradicionales. Creo que en esa ocasión era el nopal. Recuerdo que Lety Ochoa preparó deliciosos platillos reseñados en la obra. Los autores comentaron que de las muchas presentaciones de libros a los que ellos habian sido invitados, ninguna había sido tan grata y feliz como esa. Así, López se adelantó casi 30 años al tiempo en que -para bien- se normalizaran este tipo de presentaciones.
Quienes conocieron al» Ficha» saben que no perdonaba tomarse una cerveza. En una ocasión a raíz de que quiso mover un costal de tierra en el Parque Regional se lesionó seriamente la espalda. Acudió a un neurólogo quien le recetó analgésicos y antiinflamatorios. (*) Cuando López le preguntó si podía tomar, el doctor se lo prohibió de manera rotunda. Ante tal respuesta, Lopez hizo lo conducente y cambió de especialista, fue con otro que al menos le permitiera tomar su cerveza diaria.
Pero más allá de lo entrañable de su forma de ser, Lopez fue un impresionante creador de instituciones: cuando fue funcionario municipal de Tecomán, imaginó, instauró y organizó el Torneo Nacional de Voleibol de Alcuzahue que se realiza desde 1986, cada Semana Santa y que reúne a los mejores atletas de ese deporte.
Pero su verdadera pasión vital era la cultura popular. A principios de los 90s, en el Instituto Colimense de Cultura, y posteriormente -a partir de 1997- como director de Vinculación con Municipios de la entonces Secretaría de Cultura de Colima-, pudo desplegar a plenitud su vocación. Creó doce museos comunitarios. Entre los que recuerdo, el Museo de la Sal en Cuyutlán; el museo de El Remate; el del Arroz en Buenavista. No contento con ello, muchas de las festividades populares más importantes de los municipios las creó López León: la Feria del Melón en Ixtlahuacán (con su consiguiente entierro del mal humor), la Feria de Pan, Ponche y Café, en Comala; la Feria del Café que se realiza en Minatitlán. De igual forma, le dio un nuevo esquema de organización cultural a la Feria del Limón en Tecomán; asimismo, en la Feria de Todos los Santos, hizo del Teatro del Pueblo el lugar por excelencia donde convergen los mejores artistas de cada uno de los municipios para presentarse en el máximo festejo estatal.
Una de las últimas tareas que él, literalmente creó, asumió y dirigió fue cuando, bajo el argumento de que como Comala era el pueblo banco de América, La Caja, su pueblo natal, debía ser el primer pueblo verde del continente. Con el ahínco, empeño y perseverancia que siempre le caracterizaron, López se puso a trabajar en ello. (Angélica Contreras, por cierto, prefiere definir a ese esfuerzo y a ese tesón como mera terquedad. Una terquedad que, por supuesto, jamás admitía un no por respuesta). El problema que López enfrentaba era doble: en primer lugar, debía reunir el dinero y la pintura necesarios para pintar todo el pueblo y, lo más complejo, convencer a los habitantes de La Caja que dejaran pintar sus casas con el mismo y uniforme color. La política en su versión cromática (por aquello del Partido Verde) así como por argumentos incontrovertibles del tipo de «como voy a pintar la casa del mismo color que la del borrachales de mi vecino», se interpusieron y formaron muros infranqueables. Así esa tarea de Lupe López quedó inacabada, como moderna torre de Babel.
Sin embargo (parafraseando a Borges en su cuento «Del rigor en la ciencia») de ese desmesurado plan, de esa impía e inútil tarea, aún quedan vestigios. Si usted pasa por Las Amarillas en la ciudad de Colima se va a topar con la fachada de una casa de un verde esplendente. En esa casa, precisamente, es donde vivió El Ficha.
López León vivió y murió como quiso. Al terminar una reunión, siempre se despedía contando la misma historia: la del artista que ganó un concurso pintando la eternidad: el tercer lugar fue para el que había pintado un ocho acostado porque esa figura significaba el infinito. El segundo lugar, para el que había dibujado un círculo porque es una figura geométrica de la cual jamás se conoce ni el principio ni el fin… , y el primer lugar, lo obtuvo de manera indiscutible el que había plasmado la eternidad más eterna: a unas comadres despidiéndose fuera de su casa.
Así me hubiera gustado despedirme de López y dilatar su partida. Pero lo haré como él siempre lo hacía: “Que se mejoren, porque no creo que se alivien», y “A la chingada pastores, se acabó su Navidad”.
(*) No cabe duda de que uno, con la edad, se vuelve experto en medicinas.