PARA PENSAR
Por: Carlos Moisés HERNÁNDEZ SUÁREZ
Nunca conocí a Don Heberto Castillo Martínez en persona, aún así, tuvo una gran influencia en mi vida y le aprendí algo importante que vincula a la política con la ciencia y la ingeniería.
Cuando estudiaba mi doctorado, era mi vecino su hijo Héctor Castillo, alias “Tolín”, quién lamentablemente falleció el año pasado. Héctor estudiaba un doctorado en Animal Science y tomaba algunos cursos de estadística en el departamento donde yo estudiaba. Prácticamente, hacíamos la tarea de Algebra lineal en la casa, tomando café a raudales. Ahí le aprendí la historia de su padre. La historia política y la historia personal. Héctor me dijo una vez: “cuando veas a mi padre en un mitin, rodeado de políticos, y los discursos se sucedan uno tras otro, lo verás que el está tomado notas, la gente piensa que está preparando su discurso, pero mi padre es un ingeniero, está haciendo cálculos, ese es su secreto”.
Efectivamente, Don Heberto era un ingeniero con patentes que le dieron mucho dinero. En una ocasión, Héctor me mostró un ejemplar de la revista Proceso donde Don Heberto criticaba duramente los sueldos que ganábamos los académicos, y lo apuntaló diciendo “tengo un hijo que gana en un año lo que yo gano en un mes”. La situación nos dio mucha risa por supuesto, aunque Héctor decía que no se refería a él.
A Héctor le gustaba mucho el ajedrez, y era un ajedrecista de alto nivel. La verdad, con el doctorado encima y con dos niños de 4 y 7 años, no me quedaba mucho tiempo para aprenderle, aún así, me regaló un tablero de ajedrez profesional que por supuesto conservo. Lo que compartimos más, fueron partidos de fútbol, maravillosas tardes aquellas, en que todo el mundo tenía una beca parecida, un departamento parecido, hijos de edades similares, y nosotros, coetáneos. No había mucha diferencia, cuando los recursos, las necesidades y las preocupaciones eran similares. Fue más o menos una época feliz.
Ocurrió un día el famoso “error de diciembre”, en el que no voy a abundar, y resulta que el CONACYT, el organismo que nos becaba a todos los estudiantes mexicanos en el extranjero, decidió suspendernos la beca tres meses, porque no tenía recursos. Héctor enteró a su padre, quien entonces era senador y al día siguiente arengó desde la tribuna del senado al gobierno a remediar esa situación, la cual se solucionó inmediatamente.
Don Heberto lo hizo no porque su hijo tuviera problemas, lo hizo porque conocía la importancia de los recursos humanos en ciencia y tecnología. Yo me pregunto: ¿cuántas personas hay como Don Heberto Castillo en la Cámara de Diputados o en el Senado de la República, con su visión y, sobre todo, con los pantalones (o con las faldas o con lo que sea) para defender la educación y entrenamiento de alto nivel en la ciencia y la tecnología? ¿Cómo hemos llegado a la situación actual en que la mayoría gente que se dedica a la política solo sabe hacer política, y no hubiera sobrevivido de otra forma?