Crónica Sedentaria
Por: Avelino GÓMEZ
No era una anciano. Las canas escarchaban su cabeza, pero no era un anciano. Junto a él, descansando sobre el muro de cemento y piedra del malecón, había una lata de cerveza. A esa hora de la tarde, la arena de la playa de Miramar se ofrecía tibia. Allá, al fondo, el mar estiraba sus olas como gato que se arquea.
El hombre no era un anciano. Su camisa parecía una bandera amarillenta de puro olvido, pero él no era un anciano. Bebía, a ratos, de aquella lata. Y después de cada sorbo, miraba la línea del horizonte y pronunciaba al aire una frase ininteligible, entrecortada. No había puesta de sol en ese rostro, quizás apenas sombras de una parvada o reflejos de un cardumen. Si algún día el pintor Guillermo Huerta pinta un cuadro de esta escena, tendría que titularlo “Hombre con lata de cerveza”. No estaba ebrio, pero su aspecto y semblante decía que había perdido algo. Esperen, qué carajos estoy diciendo: claro que había perdido algo. ¿Quién en estos días no perdimos algo? Por las manchas de su pantalón alguien podía deducir que recién había salido del trabajo, o quizás no tenía trabajo y desde hace varios días usaba la misma ropa.
Más tarde iría a casa, aunque es posible que no quisiera llegar, porque no hay nada por hacer en casa cuando se pierde algo. Mientras tanto, el hombre ha tomado la lata en una mano y quiere apretujarla. Al mismo tiempo que el aluminio de la lata cruje, el hombre pronuncia —esta vez con voz fuerte y clara— una frase que escucharon quienes en ese momento pasaban junto a él, caminando por el malecón. “¿Dónde estabas hace un año?”. Fue la frase que soltó. Y parecía no tener sentido, pues no había nadie frente a ese hombre para responderle. “¿Dónde estabas hace un año?”, dijo. Lo sé porque yo también escuché que la decía. Y aquella frase parecía tan extraña, como si al pronunciarla un reclamo tomara cuerpo y forma, como si ganara impulso y desplegara alas.
Y es seguro que la frase se quedó por ahí, volando, entre las solitarias sillas y sombrillas de la playa. Pero el sol ya se había puesto para ese entonces: el cielo mostraba aquella luz violeta con la que no se sabe si va a anochecer o está amaneciendo. ¿Saben a qué momento me refiero? A ese que llega después de ponerse el sol, cuando alguien contempla en el horizonte las cosas que ya se fueron.