Una nueva y desalentadora barrera se empieza a perfilar en la frontera sur de Hungría, con la capacidad de electrificar a los emigrantes no deseados y provista de sensores de calor, cámaras y parlantes que envían mensajes en varios idiomas.
El país fue un importante punto de cruce para los centenares de miles de refugiados que entraron a Europa durante el apogeo de una crisis migratoria en 2015. Una primera valla de alambre levantada con prisas y nuevas leyes más duras han reducido la llegadas a apenas un goteo, pero Budapest no está dejando nada al azar.
«Atención, atención, le advierto que está en la frontera húngara», dicen los altavoces de la nueva barrera, en inglés, árabe y farsi.
«Si daña la valla, cruza ilegalmente o intenta cruzar, se considerará un delito en Hungría. Le estoy advirtiendo que no puede cometer ese delito; puede presentar su solicitud de asilo en la zona de tránsito».
Las «zonas de tránsito» son dos puestos fronterizos en los que se le permite entrar legalmente a un total de sólo 10 migrantes por día. Los grupos de derechos humanos dicen que son totalmente inadecuados y que, al crear un cuello de botella, pueden ser ilegales.
La nueva valla iluminada de alambre reforzado con acero descarga electricidad a cualquiera que la toque, pero fuentes dicen que la corriente es suave. Hay una vía para vehículos policiales entre la nueva y la vieja barrera.
Hasta ahora se han terminado sólo 10 kilómetros de la nueva estructura, pero funcionarios dicen que los otros 140 kilómetros en la frontera con Serbia se acabarán en dos meses. La estructura fue construida en gran parte por unos 700 presos.
El primer ministro de Hungría, el populista Viktor Orban, ha calificado la inmigración masiva de Oriente Medio y Africa como una amenaza a la existencia del estilo de vida europeo. REUTERS