TAREA PUBLICA
Por: CARLOS OROZCO GALEANA
No hay mal que dure cien años, ni pueblo que los aguante. Con esta sentencia popular, se dice que por muy negativa que sea una situación social, familiar o laboral, todo es resuelto al paso del tiempo, que todo cura. Esto mismo ha ocurrido con la mala gobernación de Ignacio Peralta a quien no se le vio ya en el acto de protesta de la gobernadora Indira Vizcaíno, temiendo quizás llevarse la rechifla de su vida.
Es más, al poner pies en polvorosa, IPS exhibió falta de valentía y decencia política y se olvidó de firmar el acta de entrega – recepción de acuerdo con la ley, situación que jamás había ocurrido con ningún gobernador, faltando así a un mandato jurídico. Fiel a su estilo, ignoró una norma jurídica esencial, cayendo incluso en la grosería al no presentarse al acto de toma de posesión de su sucesora.
Pero hay razones para el optimismo de sectores, organizaciones y colimenses en general con el cambio de gobierno. El pasado sexenio príista fue un fiasco por el lado que se le observe. El Pri dilapidó en el sexenio pasado lo poco que le quedaba, porque si IPS hubiera hecho las cosas bien, su competitividad en la contienda electoral habría sido superior en resultados. En ese talante, IPS es uno de los arquitectos principales del triunfo de Morena.
Estamos inmersos ya en una época nueva. Se antoja que el nuevo gobierno escuche a los ciudadanos y haga lo necesario para que se investigue a profundidad sobre las cuentas que presentó todos los años el gobierno anterior. Nada de borrón y cuenta nueva. No se vale.
La Auditoría Superior de la Federación y la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP tienen en su poder información de sobra para hacer la justicia. La gobernadora también. Pero temo, al igual que miles de colimenses, que el aparato oficial de investigación y de persecución de los delitos no funcionará porque así lo decidió una sola persona en las alturas del poder. Ojalá me equivoque.
Al margen de esos sentimientos de repulsa hacia el gobierno anterior que la mayoría siente por lo ocurrido en el final de sexenio ( falta de pago a trabajadores y a organismos autónomos, y por la corrupción a la vista mediante la compraventa de bienes inmuebles y edificación de obras insulsas que nadie pidió, entre otras causas ), tiene que mirarse al futuro. Organizar el poder de tal manera que haga olvidar pronto los estropicios causados por un poder arbitrario, faccioso, insulso y corrupto que resultó una réplica refinada del peñanietismo porque aquí hasta se vació la casa de gobierno.
Indira Vizcaino ha sido recibida con entusiasmo por la mayoría de colimenses porque encarna la posibilidad de dignificar a ese poder que se alejó de su pueblo y se perdió en el mar de las ineficiencias conforme transcurrió su período. Ese poder pudrió las relaciones sociales y económicas con sus oscuridades y desaciertos.
Porque el verdadero poder, dijo una vez el papa Francisco, es el servicio humilde que no teme a la bondad. «No dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro», dijo a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito, económico, político y social. Es bueno retomar esta enseñanza.
Está claro pues el mandato que encierra el uso del poder: servir como Jesús sirvió y enseño a sus discípulos, no perteneciéndose a sí mismo, como planteó Paulo de Tarso una vez imbuido de su misión. El político tiene que doblegarse en su orgullo respecto a los demás, hacerse chiquito, pensar en que el importante no es él sino los otros, todos. Ponerse en los zapatos de los demás y sentir y demostrar que de algún modo no solo entiende sino padece sus problemas.
Porque es bueno preguntarse, entonces, qué queda de un gobierno si el símbolo prevaleciente en él es la indiferencia y la quietud frente a la multiplicidad de problemas que viven las sociedades, o peor aún, cuando los supuestos sirvientes se convierten en bandoleros de alto linaje. Esto último fue lo que ocurrió en Colima.
Por ello la tarea es inmensa, hay mucho por hacer. Reconstruir el tejido social maltrecho por la corrupción del gobierno anterior es una acción concluyente. Restituir la grandeza de las instituciones (del gobierno) es cometido que ha de priorizarse por sobre cualquier otra cosa.
Los gobiernos de Morena han dado prioridad a la política social, a las víctimas de la etapa más fuerte de liberalismo y eso me parece bien, pero es necesario pensar a la vez cómo acelerar el progreso de nuestra tierra ideando proyectos de infraestructura sustentables, recuperando los índices de antaño en salud, viendo más por la educación de los adultos para que las familias se mantengan unidas por el buen consejo y se tropiecen menos, apostando por el turismo, generando condiciones para que haya más empleos e inversiones. Urge también recuperar la productividad del campo, y superar el reto mayor: fortalecer la seguridad de todos, simiente del interés de inversionistas nacionales y foráneos y clave en el buen vivir.
Esas aspiraciones están contempladas, seguramente, en los propósitos que fijó la gobernadora en el acto de protesta: no realizar obras faraónicas que sean monumentos al ego y la corrupción de gobernantes y sí en cambio gobernar para atender la desigualdad con criterios de austeridad ( El Noticiero).
Es natural que los resultados de la nueva gobernación no resalten pronto a la vista. El deterioro económico y moral es visible. Caímos muy bajo. Acompañemos el inicio de gobierno de Indira con optimismo, tengamos la madurez para visualizar y avanzar en una recomposición normativa en el aparato de poder y en la estructura moral social tan dañada por la corrupción y la impunidad del régimen anterior. Y esperemos.