Crónica sedentaria
Por: Avelino GÓMEZ
Tenemos que hablar seriamente: este año, por todos lados, nos saldrán aspirantes a cargos de elección popular. Que es el equivalente a decir que nos caerá una de las siete plagas de Egipto. Algo tiene el poder político que lleva a los buenos hombres a perder el juicio. Una mañana alguien se levanta y decide, por razones insospechadas, que quiere ser legislador, munícipe o gobernador. Y ahí es donde empiezan las calamidades.
Y es que cada proceso electoral nos enseña que todo es posible: que un wannabe pueden conseguir su disparatado propósito, o que alguien, ajeno a las nociones de la ley, política o gobierno de pronto se vea sentado en una curul. Quizás la gran lección que nos deja un proceso electoral es que el grueso (o una parte) de los lectores no sabemos elegir: no quedamos, nunca, satisfechos con la elección que hicimos en la soledad de la urna. Y de eso nos damos cuenta tiempo después, ya que el daño está hecho. No es para agobiarse, todos somos aficionados a cometer errores imperdonables. Elegir un gobernante es parte de esa malsana afición que uno tiene para generarse un mal a sí mismo. Errare humanum est. Así que vayámonos preparando para cometer otra barbaridad en la próxima elección.
De principio es necesario saber que este es el año de las precandidaturas. Es posible que hasta su vecino (no el que pone la música a todo volumen, el otro) se esté perfilando para contender en la elección venidera. Y prepárese para encontrar políticos sonrientes que habrán de acosarlo para ganar su simpatía. Se topará con ellos en la fila de un cine, entre los pasillos del mercado o en las plazas comerciales. Extenderán la mano como si fueran una vieja amistad. Le harán plática, querrán saber cómo va todo en el trabajo, en la casa. En una de esas intentarán darle un folleto donde se explica su trayectoria, su don de servicio, su honorabilidad. ¿Qué hacer, cómo salir librado de tal situación? Lamentablemente no hay nada escrito al respecto.
Pero bueno, intentemos algo: supongamos que llega el día en que está usted, cándidamente, leyendo las etiquetas de las botellas en el pasillo de vinos y licores del supermercado. Y, repentinamente, se le acerca un político del cual usted ya sabe, o sospecha, que buscará la candidatura de su partido. Lo recomendable es, primero, no entrar en pánico. Evite el contacto verbal con el aspirante a candidato y, sobre todo, no lo mire a los ojos. Finja estar absorto en la lectura de la etiqueta de ese merlot que a nadie le gusta y/o ponga cara de sommelier indignado. Con un poco de suerte, el pretendido candidato perderá interés en usted y se irá a acosar a las despreocupadas amas de casa en los pasillos de frutas y verduras.
En el caso de que no logre evadir el peligro, serán necesarias acciones drásticas. Si, por ejemplo, el supuesto político que se le acercó es alguien como, digamos, Jorge Luis Preciado, lo más conveniente es encararlo. Para ello tome usted dos botellas de whisky como rehenes y amenace con tirarlas al piso si el político no se retira de ahí inmediatamente. Quizás es una falsa teoría, pero nadie, con la trayectoria de alguien como Preciado, soportaría ver que una botella de alcohol se inmole de tal forma.
Ahora bien, si el precandidato en cuestión es alguien parecido o similar a Leoncio Morán, lo que tiene usted que hacer es señalar un punto impreciso y gritar a voz en cuello: ¡miren, una figura obscena en el pasillo de lencería! También esta puede ser una falsa teoría, pero es casi seguro que, al escuchar esta frase, el precandidato correrá al pasillo de lencería a organizar una protesta para demandar que se se retire la… etc.
Y así.
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