Colima.- Joselito Adame había levantado al público de sus asientos con un toreo fiero, pleno de arrojo, aderezado con su ancha sonrisa. Encadenaba pase tras pase, adherido al animal, hasta que Petit, de 470 kilogramos, lo cogió del muslo, lo zarandeó y lo arrojó de mala manera.
El golpe contra el polvo de La Petatera lo revitalizó y le infundió un coraje que lo llevó a aproximarse más a su adversario hasta que una mala estocada, profunda pero caída, le arrebató el trofeo que se había ganado con esmero. Se resarció con el último de la tarde, regalo del propio torero mexicano, al que le cortó una oreja.
La segunda corrida formal de La Petatera, con toros de la ganadería Venta del Refugio, tuvo detalles luminosos de Joselito Adame y de Ernesto Javier Tapia “Calita”; pese a que ambos tuvieron un desempeño pobre con la espada, su arrojo les valió el reconocimiento del público; Alejandro Talavante, el español que completaba el cartel, tuvo una jornada para olvidar.
Con Paisano, el primero de la tarde, el torero extremeño se mostró cauto, demasiado cauto; con el capote tuvo un par de buenos detalles, pero nunca consiguió encadenar una serie de pases. Con la muleta estuvo tenso, incómodo siempre, con el gesto de desagrado.
Con la fumarola del volcán de fondo, Talavante intentó una estocada que se quedó en mero alfilerazo, tras el cual pudo meter la espada profundamente, aunque caída. Entonces comenzó una larguísima agonía de Paisano, pues ni con la espada de descabello, insertada una y otra vez en su cuello, se tiraba al suelo. El abucheo llenó la plaza.
Pariente, de 480 kilogramos, recibió de Joselito un toreo sutil, cercano, con soberbias tandas de pases naturales. El matador hizo una faena fresca, vivaz, acorde con la sonrisa que desplegaba tras las tandas y contagiaba al público.
Logró momentos lúcidos, pero su estocada oblicua (le hundió tres cuartas partes de la hoja) dejó al toro de pie larguísimos minutos. Nuevamente la espada de descabello salió al quite, y aun así tuvo muchas dificultades para doblegar a Pariente. No se llevó ningún trofeo.
“El Calita” le dio la bienvenida de rodillas a Ilusión. Con ese primer pase marcó el tono general de sus dos faenas: arriesgadas al límite, temerarias, privilegiando el gesto grandilocuente sobre las sutilezas, teatral.
Intentó con el capote, con suerte desigual, hasta cinco pases arrodillado, y consiguió un par de verónicas de mucho mérito. Con la muleta completó una serie de pases naturales plenos que concluyó con un desplante que puso de pie al público, y luego desafió, sentado en una silla, a su adversario. Pero tras fallar con la espada, tampoco logró apéndice.
El cuarto de la tarde le correspondió a Talavante. Y la faena fue perfectamente olvidable; tristemente, Talavante empleó más las espadas (la de matar y la descabello) que el capote o la muleta. Desde el rostro hasta los pies, Talavante nunca transmitió un mínimo de seguridad; ni un gesto técnico completo, ni un pase que llevarse a la retina. Una tortura para el toro, para el público y para el torero. Fue unánimemente abucheado.
Con Petit, el quinto de la tarde, Joselito arrancó carretonadas de aplausos por su arrojo. A diferencia de su primer adversario, al que dominó con suavidad, con un toreo por momentos sedoso, a Petit lo trató con euforia.
La apacible sonrisa se transformó en un gesto fiero, y consiguió una faena no tan fluida, incluso bronca. Y tras la cornada (sólo le dañó la ropa) se enardeció todavía más. Se descalzó y se pegó de lleno al animal: lo doblegó con derechazos furiosos y luego lo tomó de los cuernos, de rodillas, para éxtasis del público.
Pero la espada, otra vez la espada, lo privó de un trofeo que se había ganado por el catálogo de temeridades que desplegó sobre el ruedo más grande del mundo.
Con Luigi, “El Calita” lució imponente. Derechazos, naturales, redondos plenos, molinetes… El matador se gustó, se encontró cómodo en el ruedo, abandonó paulatinamente la parsimonia con la que comenzó su faena e hizo un toreo flexible.
Pero al momento de matar le cambió el gesto: de súbito perdió la serenidad que había transmitido en los últimos muletazos, y el lomo de Luigi se le hizo pequeño; tanto que la espada sólo hirió el aire. En el segundo intento, el metal se fue espantosamente de lado y sólo atravesó la piel del burel. A la tercera tentativa le fue mejor, pero se quedó sin premio.
Con ganas de revancha, Joselito regaló al público un toro, San Juanero, un animal bravísimo que derribó dos caballos durante el castigo con la puya.
Con embestidas violentas, alzando las patas y la cabeza al llegar a la muleta, San Juanero dificultó sobremanera el trabajo del torero, pero este se empeñó en llevarlo a la zona externa del ruedo, y le sacó buenas series con la muleta. Y, por fin, metió una estocada plena, hasta la empuñadura. El toro se doblegó sin necesidad de la espada de descabello, y el torero, por fin, cobró premio: una oreja.
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