En palabras Llanes
La mujer que amé se ha convertido en fantasma, yo soy el lugar de sus apariciones: Juan José Arreola
Hay un libro, un autor fundamental para la narrativa en México, desafortunadamente muy poco leído, Francisco Tario, que tiene una obra, repito, fundamental para la narrativa con tintes o toques de fantástica.
El libro titulado La noche, reúne cuentos donde los personajes son tan inimaginables como posibles; de ese libro en el cuento La noche del vals y el nocturno, los personajes son estos dos, vamos a llamarles así, géneros musicales, de ese cuento se desprende varias hermosas escenas y diálogos imperdibles, donde el vals y el nocturno están charlando, el vals le dice al nocturno que él es más importante: «que no hay festín en el que no figure. Reyes, príncipes, emperadores del universo solicitan mi presencia» […grosso modo sigue diciendo el nocturno]… «conozco palacios de mármol en los cuales a ti, te habrían franqueado la entrada… increíbles salas rosadas, azules y verdes, con los muros tapizados de seda en cuyos interiores danzan aristócratas, poetas y vírgenes», en suma, donde el vals es el ritmo que se baila y con el que vibra la gente; todo este choro mareador me llevará a adentrarme en las marañas de otro género musical: la balada, sí, la balada para los niños/as muertos…
En esa escena, justamente cuando el vals se queda en silencio «o la orquesta hace una pequeña pausa» la noche tibia cambió y quedó todo en suspenso, se fueron apagando las luces y cuando pareció todo dormido, una melancolía fatal invadió el ambiente y el llanto apareció en los ojos del nocturno, el vals le cuestionó que por qué lloraba y él mismo, el vals, se dio cuenta de que también estaba llorando, pero el vals siempre ha gozado de tener para sí el amor de los hombres, ¿por qué, qué estaba pasando?, entonces el vals corrió deprisa al interior de la sala donde estaba la orquesta… dejando al nocturno en la extraña noche y, se dio cuenta de que Chopin, ante un piano abierto, movía lánguidamente sus manos pálidas tocando un bello nocturno. Y, entonces, el nocturno lloraba también, y lloraba con un dolor que prometía ser eterno en el silencio frío de la noche… porque, a final de cuentas, el nocturno trae para sí y para quienes lo escuchamos, todo el dolor y toda la tristeza casi casi del mundo entero.
La balada quizá y, dependiendo del ánimo de quien la escuche, provoque algo similar al nocturno; la balada es una forma de expresar el canto cortesano, surgido al final de la edad media, su procedencia es europea, su poesía es de orden narrativo «sí, aunque suene contradictorio» y corto; la balada tiene la particularidad de repetir un mismo verso o estribillo al final de cada tres estrofas y generalmente está constituida por octosílabas y rimas cruzadas.
No soy experto en música «ni el literatura tampoco, creo que no soy experto en nada» pero en La balada de los niños muertos, cada tanto se repiten escenas que, dependiendo el ánimo y lo que cada uno estemos viviendo «teoría de la recepción que le llaman», pueden resultar estremecedoras, tétricas, apabullantes, definitivas y demás adjetivos de ese y otros estilos; porque el autor juega con un paralelismo que es la vida y la muerte, esos dos mundos, esa especie de personaje que está o que entra al mundo de los vivos cuando está muerto o, viceversa, que está vivo cuando entra al mundo de los muertos. ¿Desquiciante?, sí, y mucho.
Quise empezar mencionando a Francisco Tario porque creo que es un gran autor de literatura fantástica como siento que lo es también Efraím Blanco en este libro tan perturbador como inquietante y muy delirante, con ilustraciones contundentes que lo abrazan a la perfección «el abrazo es, hasta eso, estremecedor cierto, pero cálido, sí, es la situación de las contradicciones, lo sé», para darle, todavía y por si faltara poco, ese toque de misterio que envuelve a la obra, para transportarme a mí, lector, a la ciudad donde se desarrolla la trama: Gatonegro. Sí, hay muchos símbolos en la trama completita de este libro; las ilustraciones, por cierto, son de Daniel Serra.
En Gatonegro está pasando algo muy perturbador, están desapareciendo niños/as; ellos, como todo niño que se precie de serlo, son juguetones «yo mismo tengo un pequeño torbellino o tiburoncín de siete años al que ya casi no le estoy rindiendo en el día a día», entonces ellos/as juegan mientras la luz del día se los permite porque, al caer la noche, un personaje que odia el tono azul: El señor muerte, aparece y entonces es cuando desaparece «seguimos con las contradicciones» un niño más en esa comunidad, pero, espera un momento…, Gatonegro puede ser Gatoblanco, Gatogris o Gatopardo «sí, así como la revista de circulación nacional», pero puede ser también Chihuahua, qué tal Saltillo, Ciudad Juárez o Veracruz «no sé por qué me estoy yendo a estos lugares… quizá para evadir decir Colima, quizá» pero Gatonegro puede ser cualquier lugar donde tengamos a alguien desaparecido/a.
El señor muerte «que, por cierto, de pronto se mimetiza con el señor justicia, o sea, ¿cómo?, ¿son la misma persona?, mmm, ahora puedo entender por qué la justicia no llega jamás, ni en la vida literaria ni en la real». Bueno, decía que cada que el señor muerte hace acto circense «bueno, ni tanto porque tiene o quiere pasar desapercibido… “por cierto, el señor muerte también puede ser el señor del costal eh, ese con el de que de niño las mamás nos asustaban y nos decía que iba a llevarnos si nos portábamos mal o estábamos mucho en la calle y solos y así…” Decía que el señor muerte cuando entra a escena, ¡zas!, hay siempre «o casi» hay un desaparecido más.
Entonces los niños muertos, los que ya se llevó el señor muerte o el señor del costal, lo observan desde lejos, en ese plano en el que habitan; ellos ya están cansados de las tropelías de este señor y están cansados nada más de jugar en las tardes, asomarse por las ventanas y cantar una balada triste en el camposanto de la ciudad… ellos y todos «hasta Yo, lector» pido y exijo justicia para los niños/as desparecidos y que sus almas vuelen libres…
Como otro dato perturbador, «les digo que este libro tienen que leerlo porque trae datos así, además que nos narra una historia fantástica «del género de la literatura fantástica quiero decir» igual de fantástica, jajaja, no quise poner otro adjetivo mejor», bueno, el dato es que hay una comida favorita del señor muerte es una especie de pequeños animales que caza en la noche, en la barranca, que luego cocina a fuego lento en una sartén, los animales chillan cuando les cae aceite y miran con sus ojitos al señor muerte «acostumbrado a llevarse almas al infinito y hasta allá…» Los animalitos parecen pedir perdón, un poco de piedad, lo que sea, pero el señor muerte es implacable… este episodio me recordó dos cosas; de la misma línea de la literatura fantástica un cuento y a una autora también imprescindible para y en la literatura mexicana Amparo Dávila, con el cuento Alta cocina «por eso digo que Efraím Blanco con este libro está a lado de grandes autores del género fantástico» y, por el otro y gracias a los programas de cocina que me gusta ver; este episodio del libro me recordó una comida China llamada: Los tres chillidos o chirridos o San Zhi Er «disculpen mi inexistente chino, por favor», este platillo consiste en comer ratones vivos recién nacidos, el primer chillido es cuando nacen, el segundo lo dan cuando sujetan al animal con los palillos y le agregan la salsa y el tercero cuando les dan el primer mordisco… así las cosas… luego porque andamos contagiados de enfermedades virales…
El libro, además de todos estos datos, es musical, en algún pasaje se cita una sonata para piano, la número 14 de Beethoven (quasi una fantasía) que, en la historia «y en la vida real porque la he oído varias veces», permite adormilar animales, relajar los nervios y disminuir la velocidad del tiempo… la sonata es importante dentro de la trama y ahí dejo la pequeña astilla literaria.
¿El final?, no, ese no lo voy a mencionar, tampoco diré más datos porque la idea en una presentación es que se hagan comentarios en torno «y sólo en torno» a la obra leída, para causar intriga, misterio, gozo o encajarle al futuro lector/a esa astilla literaria «de la que hablé hace un momento» necesaria para, al salir de aquí, ir corriendo «o en perfecta calma», a comprar el libro y, aprovechando que tenemos al autor con nosotros, pedirle que nos lo firme y, en la tranquilidad de nuestra casa, con un platillo a base de animales chilladores quizá, sentarnos en nuestro reposet favorito, abrir las páginas y caminar por las oscuras y tétricas calles de Gatonegro, si vemos al señor muerte mimetizado de señor justicia, por favor, por favor por favor, dijera Raymond Carver en un libro, hay que dar parte a las autoridades pero, ¿a cuáles? ¿A las buenas o a las malas?…