La feria de Colima

La feria de Colima
Por: Carlos AGUIREE

Haré un paréntesis y escribiré algo más cotidiano que la reforma judicial, después de varias semanas ajetreadas y saturadas de temas políticos, todos merecemos un descanso. Por otro lado, estamos a pocos días de que inicie la feria, poco a poco se siente el ambiente.

Algunos hablan de que si hubo fraude en la elección de la embajadora. Que si hubo mano negra. Otros, comentan de quienes estarán en el palenque o en el teatro del pueblo.

Que si va a venir determinado grupo musical o solista al palenque, que si viene gratis fulano de tal, que si cierta atracción se presentará en el área de “juegos”. En fin.

Recuerdo como era la feria cuando mi niñez y mi adolescencia. En ese tiempo la feria se instalaba en los terrenos de la Unidad Deportiva Ignacio Zaragoza, por la Calzada Galván, justo frente de donde estaba la XX Zona Militar.

Cuando llegamos a vivir a Colima, yo tenía yo casi 7 años, la edad de la fantasía, de las ilusiones plenas y desde luego que a esa edad, tenía una enorme emoción por conocer la feria de Colima, veníamos de Zapotiltic, Jalisco, en aquel entonces un pueblito de 11,762 habitantes, en donde las fiestas del pueblo, en mayo, son eminentemente religiosas, en honor del Señor del perdón y el evento principal son los carros alegóricos elegantemente adornados.

La feria de Colima, chiquillos que éramos mis hermanos y yo, desde luego que nos emocionaba. El nombre era más grande que la misma feria, muy largo, me acuerdo: quincuagésima, vigésima, octagésima octava, o dijeran por ahí, cincuentava, veinteava, ochenta y ochoava, o el ordinal que le correspondiera, seguido de “…feria artesanal, agrícola, industrial comercial y de servicios del estado de Colima…” algo así. No recuerdo bien, pero era un nombre que no todos se sabían, ni el gobernador en turno, supongo.

La fruta de temporada era la manzana y la golosina la nuez de papel. Asociar la feria con el olor a manzana y a nuez, era inevitable. Muchos puestos las vendían y los vendedores de los puestos, gritaban para promover las suyas; por cierto, la de cada puesto eran las mejores. La nuez era de Durango y la manzana, de Chihuahua, de la marca Tarahumara, cuyas cajas tenían grabada la figura de un hombre que parecía apache, más que tarahumara, al menos esa idea me dejó a mí, así lo recuerdo hasta la fecha.

No había nuez garapiñada, no tanta como ahora, quizá palanquetas de nuez, era más bien el producto natural. Había algunos puestos que vendían otras frutas como la “ciruela seca”, que era de color negro, arrugada por lo seco. Me gustaban mucho, jugar con el hueso en la boca y tratar de dejarlo libre de “comidita”, pulpa pues, era un reto personal que siempre seguía, yo sin decirle a nadie. Me gustaron mucho las ciruelas hasta que un día descubrí como el encargado del puesto las mantenía húmedas: bebía agua de una jícara y la guardaba en la boca, para soplarla como spray directamente de sus cachetes inflados, a las ciruelas…con todo y saliva, desde luego. ¡Chin! recuerdo lo que sentí al ver eso, e imaginar cuanta saliva me había comido con las “buenísimas” ciruelas. Desde entonces ya no me gustan tanto.

El boliche de canicas, era una de mis atracciones preferidas, junto con el rifle de aire, con el que se buscaba derribar a tiros, figuras de animalitos hechas de plomo: patitos, leones, gallinas, etc. Era muy divertido sentir el rifle en las manos y que la gente viera que un niño era capaz de atinarle al blanco. A veces algunos puestos tenían, precisamente un blanco que, si le pegaba uno, sonaba un timbre, precisamente para que la gente viera que había alguien con buena puntería. En otros puestos más “fifís”, bailaba un esqueleto o una catrina que había por ahí, a un lado de las figuritas de plomo, o tocaba un mariachi.

¿Recuerdan a la mujer a la mujer serpiente? Era impresionante verla en esa caja de cristal y escuchar que por no obedecer a sus papás, una maldición la condenó a vivir en cuerpo de culebra y conservar solo su cabeza. Salía uno asustado y obedecíamos en todo a los papás…mientras duraba el impacto.

En una edición de la feria, allá en los 70´s llegaron los carritos chocones, todos andábamos vueltos locos, ¡Imagínense, manejar un carro por donde uno quisiera! Eso era algo que realmente valía la pena, no era sobre algunos rieles, sino por donde uno quisiera y a veces chocar el carro de otros, o el de la muchacha guapa que anduviera por ahí, era una travesura, o toda una hazaña, según el caso. Había que hacer cola, todos queríamos manejar. La emoción por que iniciara, daba paso a la adrenalina al manejar y luego cuando al terminar dejabas el “carrito chocón”, caminar hacia los papás, lo hacíamos con orgullo, alzando los hombros de un modo que ni siquiera Checo Pérez igualará nunca y es que esa sensación de que todos te están viendo y pensando “ese niño manejó un carrito chocón”, era otra cosa ¡Que chingón! ¿Verdad?

La feria, la de entonces era distinta, no era mejor que ahora, simplemente era diferente. Yo tenía menos de 10 años, ahora tengo más de 60 y todo cambia, mi propia perspectiva es distinta. Lo que sí puedo decir es que me divertí mucho antes y ahora me sigo divirtiendo cuando voy, aunque las atracciones son distintas. Ahora voy más a la sección que antes iban mis papás y eran “prohibidas” para mí. Por cierto, en esos lugares prohibidos, que eran las terrazas, la de la Corona era la más famosa, se presentaban artistas de renombre nacional, grupos de los que veía uno en la tele, “Siempre en Domingo”, de Raúl Velasco. Había mucha gente en las mesas, pero siempre había más gente en los corredores y accesos, escuchando de gratis.

Aunque diferente, la feria sigue siendo la oportunidad de olvidar un poco los problemas cotidianos y distraernos, empolvarnos un poco y disfrutar, ahí están los juegos, el teatro del pueblo, las nueces, manzanas y quizá hasta ciruelas secas vuelva a haber, sin faltar las cobijas de tigres, leones y las de las poderosas águilas voladoras del América. ¿Cuál será la novedad ahora?

Nos vemos por allá.