DISLATES
Por: Salvador SILVA PADILLA
I
Don Fernando Marcos lo fue todo en el futbol: jugador, árbitro, entrenador y comentarista deportivo.
Dicen las crónicas que él fue el árbitro del partido en que los aficionados quemaron el estadio Asturias en protesta porque los defensas del equipo local cosieron a patadas al que fue uno de los primeros ídolos del futbol mexicano: Horacio Casarín. Y, cual si fuera árbitro del América, Fernando Marcos les otorgó un penal de último minuto, con el que el Asturias empató y logró el campeonato sobre el equipo rojiblanco (en esta ocasión me refiero al Necaxa). Al final del partido, estalló la bronca en las tribunas, los necaxistas prendieron fuego a las gradas… y, como el estadio era de madera…
Como comentarista, Don Fernando siempre despedía las transmisiones del futbol con su Editorial en 4 Palabras. Pero recuerdo particularmente una historia (ésta de muchas más palabras) en el que en el partido, el portero cometió un error más que infantil, y ello le había costado un gol y la derrota de su equipo.
La historia que contó fue más o menos la siguiente: «Al final del partido, el entrenador se acerca con su portero y le comenta: ‘¿Sabes?, no te pido que detengas los trallazos que van al ángulo; esos cañonazos ni tú, ni el mejor portero del mundo logran atajarlos’. Después, el entrenador vuelve a tomar aire para tranquilizarse y continúa: ‘Es más, tampoco te pido que detengas los tiritititos que van a la portería. Así entren rodando… ésos -dice resignado- si no tuviéramos portero, de cualquier modo serían gol’…Y ya, fuera de sí, a gritos le reclama: ‘pero por tu amada madre te pido que los balones que van para fuera no los metas'».
Por desgracia este tipo de errores (meter en la propia portería los tiros que van para fuera) no son exclusivos del futbol, sino que abarcan prácticamente todas las actividades humanas, como veremos a continuación.
II Agradezco a mi amiga Angélica Contreras, quien en su espacio Libros que Inspiran, en 92.5 Noticias, reseñó el libro «Humanos. Una breve historia de cómo lo jodemos todo», y luego me lo prestó. De ese libro, cuyo autor es Tom Phillips, tomo el siguiente ejemplo de la profunda vocación auto goleadora de los seres humanos. (En este caso, mexicanos, para variar).
La obra señala que a principios de la vida independiente de nuestro país, como las tierras texanas estaban prácticamente despobladas, las autoridades mexicanas de la época, con el fin de evitar, primero, las incursiones de los comanches y, segundo y más urgente, para sortear la ambición expansionista norteamericana, decidieron invitar a rancheros, colonos y empresarios vecinos (norteamericanos, pues) que sirvieran de muro de contención (¿dónde he oído esto?). Total, ¿qué podía salir mal? Para ello, les regalaron grandes extensiones de terreno para que las trabajaran. Al poco tiempo empiezan a surgir los conflictos, entre los colonos y el gobierno centralista… y cuando todo mundo creía que las cosas no podrían ponerse peor, llega Su Alteza Serenísima en cristalería (Antonio López de Santa Anna) y, bueno… Los colonos y rancheros primero se independizaron de México y poco después se convirtieron en la estrella 28 de los Estados Unidos.
III Seguramente la literatura occidental no sería lo que es si no fuera por el fino olfato autogoleador de los seres humanos. Un claro ejemplo de ello lo tenemos cuando los troyanos metieron el balón en forma de caballo a su propia portería. Eso llevó a su Ciudad-Estado a la ruina aunque, en su descargo, de manera inopinada dieron origen a la Odisea y a la Eneida.
Quiero pensar que si los troyanos hubieran desconfiado de los griegos y sus regalos, Penélope no solo «seguiría con su bolso de piel marrón, sentada en un banco en el andén y tejiendo sueños en su mente» esperando a Odiseo, sino que, sobre todo, las murallas de Troya aún continuarían levantadas y, a su sombra, se encontrarían los despojos de un caballo de madera con algunos esqueletos con armadura en su interior.
Un amigo quien, por prudencia no diré su nombre, solo le llamaré en esta ocasión «Juan Carlos», argumenta que confundo a Homero con Serrat (lo cual es falso pues todos sabemos que Homero y todos los Simpsons son amarillos, es decir, orientales, mientras que Serrat es catalán) y, sobre todo, que el caballo construido por los aqueos tenía un dispositivo que les permitió salir del caballo, abrir las puertas de la ciudad y no dejar piedra sobre piedra… pero, bueno, todos sabemos que este «Juan Carlos» a quien me refiero, no solo no sabe nada de letras clásicas, sino que además idolatra a la pedestre realidad por sobre la inasible literatura.