Para pensar
Por: Carlos M. HERNÁNDEZ SUÁREZ
¿Recuerdas quien te enseñó a andar en bicicleta? Muy probablemente fue el mejor maestro del mundo: tu hermano mayor. Equilibrarse en una bicicleta es una de las tareas más difíciles que requieren una coordinación mente-cuerpo que no es fácil sistematizar, y, de hecho, no existe un manual para aprender a manejar una bicicleta. No se necesita. Solo se necesita un hermano mayor o un amigo.
Tu hermano mayor o tu amigo te enseñaron muchas cosas en esta vida, y fueron los primeros en explicarte muchas cosas que te intrigaban, y que los adultos no sabían o no querían explicarte.
Si eres maestro de algún nivel de la primaria a la licenciatura, habrás observado un fenómeno que se convierte en una frase ritual: “este grupo me salió muy bueno” o, “este grupo me salió muy malo” y lo que queremos decir con esto es que el grupo se “mueve solo” o bien, hay que “jalarlo”. ¿Porqué pasa esto? La explicación es muy simple: un grupo “bueno” no es otra cosa más que un grupo donde hay dos o tres alumnos que les gusta el estudio y son los que ayudan a sus compañeros. A ellos son a los que recurren los alumnos que no se atreven —por razones que no voy a discutir aquí— a preguntarles a sus maestros. Pero cuando hay un solo o ninguno de esos estudiantes, todo el grupo decae.
No voy a discutir si la escuela de talentos en Colima está llena de talentos o no, porque mi definición de talento tiene que ver con inteligencia y mi definición de inteligencia es muy peculiar y no tiene que ver con la capacidad de aprender rápido, sino más bien con la capacidad de crear (de acuerdo con esta definición Juan José Arreola, Gabriel García Márquez y Gabriela Mistral eran muy inteligentes) pero supongamos que así es, que esa escuela está llena de talentos. Entonces, estamos cometiendo un error: los talentos tienen obligación de aportar, de “levantar” otros grupos y hacemos mal al aislarlos en vez de que se reintegren a las escuelas de sus barrios a convivir con compañeros que los necesitan y que los convertirán en líderes integrales, y no individuos aislados. Con esta lógica, sin agregar siquiera los enormes recursos que se lleva, no entiendo la razón de la existencia de la escuela de talentos en Colima.
Mis clases son peculiares. Hago que los que aprendieron más rápido me ayuden a enseñar a los que están aprendiendo más lento (estoy hablando de nivel licenciatura). Les hago saber claramente que la suerte (que no es otra cosa) que les permite aprender más rápido es una responsabilidad, no un lujo. Además, les digo que nunca vas a ser el mejor para todo y ya habrá oportunidad de que ese, al que le estás enseñando ahora, te enseñe a ti. Me parece muy anacrónico tener que otorgar dieces y nueves y sietes como el que reparte dones, que no soy yo. Si tengo la oportunidad de que mis estudiantes apoyen a otros y se ganen su respeto y se conviertan en líderes, la voy a emplear. Soy un maestro, no un instructor. Educo, no entreno. Hay una gran diferencia.