La mamá de nuestro compañero camarada

Crónica sedentaria
Por: Avelino Gómez

De todas las suertes que le pueden tocar una madre mexicana, ninguna tan conmovedora como el hecho de que uno de sus hijos decida hacer carrera política. Entre otras cosas porque, ya se sabe, en este país siempre habrá quienes están dispuestos a vender a su señora madre a cambio de algún puesto de elección popular. ¿Qué precio puede alcanzar la madre de un político? Pues francamente lo ignoro. Pero lo terrible es que algunas suelen devaluarse en cuanto el fruto de sus entrañas alcanza las esferas del poder político.

La prueba está en que, hasta ahora, nadie ha propuesto y pugnado porque se levante un monumento a la madre de un gobernador o de un presidente municipal, mucho menos de un presidente de la república. Por eso la historia oficial no fomentó la figura de una Madre de la Patria, pero sí de un Padre que, como ya se sabe, tenía el doble mérito de ser sacerdote y padre biológico de más de dos.

Pero esta suerte de la que hablo se la tienen bien ganada las señoras mamás de nuestros políticos. Será porque la madre mexicana alberga la falsa esperanza de que su hijo pueda llegar a sobresalir, como sea, en la vida: ser empresario, titular de la notaria número siete, rector de una universidad de rancho, político oficialista, capo de la droga, etc. No se les ocurre pensar que su bodoque llegará a la adultez convertido en un cretino deshonesto, un imbécil mentiroso o un tarado con impulsos homicidas.

Por lo demás, los biógrafos de nuestros prohombres suelen relegar la figura materna a niveles casi olvidadizos. Por ejemplo: de la señora Brígida García, madre de Benito Juárez García, sólo sabemos que murió cuando su hijo tenía tres años. De doña Mercedes Quesada, mamá de Vicente Fox, conocemos que le causaba gran pesar que maltrataran las plantas y macetas de su rancho. De la madre de Andrés Manuel López Obrador, llamada doña Manuela Obrador, sólo se sabe que atendía una tienda llamada “La posadita”.

Tomando ejemplos de otras latitudes y otras tradiciones políticas en las que los biógrafos optan por ventilar hasta los detalles más simples, podemos enterarnos que Klara Pölzl, madre de Adolfo Hitler, era una mamá consentidora que le permitió a su vástago abandonar sus estudios, pero que a cambio contribuyó a que el joven Hitler cultivara el gusto por la ópera. Como sea, la humanidad no se atrevería a echarle la culpa a doña Klara Pölzl por los destrozos ocasionado por su hijo quien, dicho sea de paso, solía canturrear arias de Wagner mientras firmaba órdenes de ejecución.

Volviendo a la reflexión del papel que desempeñan las mamás de los líderes en la vida de nuestro país, no olvidemos que son los mismos políticos quienes, en un intento por ganar credibilidad y despejar dudas sobre su honestidad, suelen jurar en nombre de su progenitora ante cualquier situación. Como si invocar a su madre fuera garantía de que no saquearán las arcas, alentarán la corrupción o emprenderán negocios ilícitos. En una cultura en la que el verbo chingar se acompaña con el sustantivo madre, las probabilidades de que un político honre la memoria de quien lo parió son remotamente escasas.