Devenir Humana
Por: Psic. Rubí Graciano Hernández
Una cosa he comprendido en estos años de acompañar a humanos varones a lo largo de los años: sus malestares emocionales y dilemas existenciales disminuyen justo cuando comienzan a dialogar con el entorno para darse permisos, para mirarse con ojos de autocompasión.
Lo interesante es que los malestares de los varones inician, salvo contados casos que tienen la génesis de su situación en condiciones neuropsicológicas, a partir de encarnar lo que la autora Rita Segato llamaría los mandatos de masculinidad que fácilmente podrían ser resumidos en el deber de ser potentes física, sexual, social y económicamente. Cualquier malestar de un varón, muy probablemente parte de la lectura que hace su persona para negociar con esa exigencia. Lo curioso es que esa autoexigencia de potencia no aparece tal cual en la mente de un varón adolescente pero justo llegando a la adultez temprana, se activan mecanismos para interiorizar esa autoexigencia lo que hará un desencadenamiento de sucesos que serán traerán consigo mismo, crisis de ansiedad y posiblemente depresión.
¿Qué sí sucede entonces en las etapas tempranas del desarrollo? Bueno, la misma autora señala la existencia de un mecanismo social llamado pedagogías de la crueldad, mecanismo que se vuelve el preferido de la sociedad para enseñar a los varones a transmitir de generación en generación las prácticas que desensibilizan a los niños y adolescentes sobre la capacidad de identificar y expresar ternura y cuidados a los otros.
También sucede que a la edad temprana de la infancia quizá el primer mandato de potencia opere desde creencias del tipo “los hombres no lloran” o “debes ser fuerte” con lo que se comienza a fincar una cuota que represente el mínimo válido para cada etapa sobre lo que sería desarrollarse como “todo un hombre”, por ejemplo, un niño que a juicio del entorno sea de formas más bien asociadas a la feminidad como la delicadeza o el gusto por juegos de tipo pasivo, muy probablemente será castigado por los pares y muchas veces incluso por los adultos, para señalar que se sale de la expectativa masculina. A este mecanismo se le conoce como cuota de masculinidad. Por eso es común que, en la infancia, se impongan deportes que impliquen despliegue de energía y fuerza aún cuando los niños ni siquiera se muestran interesados por esas prácticas.
Muy probablemente, al paso de los años, este infante interiorizará otras formas de potencia más acorde a su nivel de desarrollo, por ejemplo, la potencia sexual en cuyo caso tenemos un problema muy grande con el acceso de los niños a temprana edad a material pornográfico pues a través de dichos contenidos, se educa de manera informal sobre lo que se espera que haga un varón al intimar sexualmente.
Para la llegada a la juventud, muy probablemente nuestro infante ya interiorice la necesidad de ser económica y socialmente potente, lo que acarreará otra serie de autoexigencias, casi todas ellas bajo un esquema meritocrático y capitalista.
Las feministas dicen, “no es depresión, es exceso de presión” y particularmente en el consultorio he palpado cada palabra de esto y hemos notado también que solamente cuando hacemos conscientes esos mecanismos de autoexigencia y nos observamos a nosotros mismos desde una mayor flexibilidad y desde un esquema de cuidado, es mucho más fácil que opere un proceso liberador para sí mismo. Solamente así nuestro infante que creció bajo los mandatos y cuotas de masculinidad podrá dialogar con el entorno para apropiarse de sí mismo y permitirse otro tipo de ser varón en el mundo.