Diario de Educación
Por: Juan Carlos Yáñez Velazco
Durante el curso que imparto en la Facultad de Pedagogía, Universidad de Colima, ensayo una propuesta que rebasa a la materia y desborda las actividades que habitualmente sostenemos maestros y alumnos en los espacios escolares.
La llamé “La universidad en casa”. La idea es sencilla: al principio del semestre invité a las estudiantes [son mayoritariamente mujeres], a buscar un momento con su familia para analizar una noticia, observar un video, realizar una lectura, comentar un suceso o tema, al estilo de lo que solemos hacer en la universidad. Concluida la actividad, deben relatar lo sucedido y leerla en clase, frente al grupo. Luego, quienes escuchamos, comentamos.
La invitación fue acogida, en general, con agrado, si mis sentidos pedagógicos no me engañan. Nunca lo habían hecho antes, y si alguno sintió temor, prefiero pensar que vencerá el desafío de realizar algo distinto en casa, convertida por unos minutos en extensión de su facultad.
Después de algunas semanas empezamos a conocer los resultados. La experiencia, hasta donde vamos, es emocionante. La timidez de las estudiantes cuando se paran frente a sus compañeros y leen, nerviosos, ya es significativa para el profesor. ¿Cuántas actividades que hacemos en los salones de clase despiertan emociones de ese tipo? ¿Cuántas de nuestras planeaciones procuran desafíos personales? ¿Cuántas de nuestras actividades implican el entorno de los estudiantes? ¿Cuántas despiertan el nervio de las actividades más esencialmente humanas?
Los relatos que han hecho hasta ahora son estupendos: claros, bien escritos, íntimos, genuinos, algunos conmovedores. Revelan parte del ser estudiantil, reflejan asombro y alegría por parte de los hermanos, madres, padres o algún abuelo.
La universidad en casa, como proyecto experimental, nació de constatar que buena parte de los padres y madres de los estudiantes no pasaron por la universidad, no tienen estudios superiores, pero son interlocutores valiosos en la formación profesional y ciudadana de los estudiantes, sus hijos, a través del diálogo en territorios que probablemente poco se transitan en la mesa o la sala del hogar. También es ocasión para el orgullo familiar por el futuro profesionista.
No sé si la actividad tendrá suerte en cada grupo donde la proponga; supongo que dependerá de mi claridad y vehemencia, de la receptividad del grupo, y luego de la manera como cada uno de ellos la lleve a su casa. Pero con este grupo de estudiantes del sexto semestre de la carrera de pedagogía encuentro muchas razones, confirmo otras, para seguir sosteniendo el indispensable optimismo en la potencia transformadora de la educación cuando se emprende con afanes democráticos, cuando se aprende con emoción y se enseña con alegría.