Por Elinord Cody
La situación en la zona conurbada de Colima y Villa de Álvarez se agrava con cada día que pasa sin agua. A la inseguridad, los hechos de violencia, el dengue y los baches, ahora se suma la carencia de un recurso vital, convirtiendo a los ciudadanos en rehenes de un conflicto que parece no tener fin.
El cierre de las bombas en Zacualpan por parte de comuneros que buscan ser escuchados y obtener mejoras para su localidad tiene paralizada a la capital del estado y sus alrededores. Ya son tres días de toma, y aunque exigen la presencia de la gobernadora Indira Vizcaíno Silva y del titular de CIAPACOV, Vladimir Parra Barragán, no hay certeza de que ello solucione la problemática.
Lo que sí abunda son pronunciamientos. Políticos, funcionarios y oportunistas han encontrado en esta crisis una plataforma para posicionarse, algunos sin conocimiento real del problema y otros con un claro interés de manipular el tema. La falta de liderazgo y capacidad para mediar agrava la percepción de abandono en la ciudadanía.
Resulta aún más preocupante saber es que este no es un problema nuevo. Zacualpan ha sido un escenario recurrente de disputas similares, donde políticos y funcionarios han cambiado de lugar según la coyuntura. Algunos que antes se posicionaban como agitadores o aliados de las comunidades hoy, desde sus cargos gubernamentales, enfrentan estas mismas protestas.
El agua, base de la vida y de cualquier sociedad, no debería ser rehén de ninguna pugna. Urge una solución que contemple tanto el restablecimiento del suministro como la atención legítima a las demandas de los comuneros. Zacualpan no puede seguir siendo solo bandera electoral o un referente discursivo en temas ambientales; requiere respuestas claras y compromisos reales.
Mientras tanto, los habitantes de Colima y Villa de Álvarez pagan el precio de un conflicto que debería resolverse con diálogo, voluntad política y visión a largo plazo. ¿Quién será capaz de dar el primer paso?