Por: Noé GUERRA PIMENTEL
Nada es para siempre. La primera etapa de la revolución en Colima tuvo como antecedentes tres sucesos.
El primero, la visita inaugural del presidente Díaz para las obras del puerto de Manzanillo y del ramal ferroviario intercontinental Manzanillo-Guadalajara-México-Veracruz, el 12 de diciembre de 1908; el segundo, el asesinato de los hermanos Suárez Orozco, Bartolo y Marciano, el 14 de marzo de 1909 por gente del gobierno del estado, “el Crimen de los Tepames” según la novela de Emilio Rodríguez Iglesia; y, por último, la visita de Madero el 27 de diciembre siguiente.
No obstante, hay que apuntar que la primera reacción local al levantamiento del 20 de noviembre de 1910 fue el posicionamiento de la XVIII legislatura estatal que el 26 del mismo mes y año decretó: “voto de confianza y adhesión al general Porfirio Díaz y a su gabinete”, lo que resultó contraproducente al dar las señales que movieron a sus adversarios políticos otrora desplazados del poder pero parte de la misma oligarquía dominante, quienes en esta vieron su oportunidad de regresar y saldar cuentas pendientes.
La noche del 18 de mayo de 1911 el exjefe de la policía estatal Eugenio Aviña se sublevó con la bandera de la revolución, lo hizo auspiciado por los detractores del grupo en el poder, gente de la misma oligarquía local, como Luis Brizuela, Ignacio Gamiochipi, Salvador Ochoa, Blas Ruiz y Pancho Santa Cruz Ramírez -nieto del exgobernador Santa Cruz-, entre otros.
Aviña tomó la plaza previamente negociada sin disparar un solo cartucho, sin saqueos ni desorden, a otro día liberaron a los reos con y sin causa, entre ellos a Lorenzo Tovar, un forajido que se la creyó y que días después, ante los desmanes provocados, acabó abatido por los mismos revolucionarios en las inmediaciones de la ahora glorieta del charro.
El Gobernador Enrique O. de la Madrid -abuelo de Miguel y de Carlos de la Madrid- presentó licencia al cargo “por motivos de salud y tiempo indefinido” a otro día ante el primero de los dos cuerpos legislativos que cubrieron el periodo de 1909 a 1912, lo que ellos aceptaron sin designar a quien se encargara del poder ejecutivo, ante lo que gobernación solicitó a Gerardo Hurtado, presidente de la legislatura, se nombrara al sustituto, lo que fue imposible dado que los “revolucionarios” no aceptaron alegando soberanía.
Consecuentemente una comisión colimota se apersonó en México para lograr la desaparición de poderes en el estado, hecho del que, por aclamación, como gobernador interino resultó Miguel García Topete, cercano a J. Trinidad Alamillo, quien como operador tras bambalinas así les daba puerta en cara a sus coautores para convertirse en su enemigo político y posterior beneficiario del movimiento. El 22 de mayo de 1911, ordenado por Madero, se publicó el cese de hostilidades en todo el país. Con este clima en el que el pueblo poca cuenta se dio de lo que ocurría, Aviña quedó como Jefe de Armas y Gamiochipi como jefe de la plaza.
El 14 de junio se convocó a elecciones del congreso para que el nuevo cuerpo se instalara en agosto. Sobre daños a particulares, los empresarios, la mayoría agrícolas, dio respuesta negativa excepto la San José de Colima Lumber, Co., a la que el Indio Vicente Alonso le había afectado con el asalto y asesinato de su administrador, Chas F. Temple en 1909. En ese contexto, particularmente en la década de 1910 a 1921, cientos de personas de otros lugares migraron a Colima, lo que repercutió en el incremento poblacional, sobre todo en la costa.
La agricultura y la ganadería se vio seriamente afectada y en efecto dominó las inversiones extranjeras, la industria textil que desapareció en los años veinte víctima de las exacciones de la cristiada y de los bandoleros que asolaron la región, causas por las que también cerraron los talleres de artesanías y las industrias de jabón, zapatos, cigarros, cerillos, así como los molinos de arroz y las fábricas de almidón, de aceite de coco y de limón, que ya por ese tiempo tenían mercado extranjero.
El reparto agrario en Colima inició en 1916, y con este un proceso que cambió la faz del campo y alteró su composición, acción gubernamental que marcó el principio y fin del poder y fortunas de la mayoría de los latifundistas de la oligarquía local tradicional, principalmente de los detractores del nuevo régimen y grupo en el poder, quienes ya no tuvieron ni la fuerza, ni el tiempo, ni la capacidad para asimilar y adaptarse a los vientos que soplaban y que entre su polvareda trajeron gente de otras entidades para convertirlos en sus beneficiarios con el reparto de tierras y justificadores del discurso oficial de la llamada revolución mexicana.