DISLATES
Por: Salvador SILVA PADILLA
I
Ya en una ocasión anterior hablé sobre los libros que se leen de golpe y te dejan noqueado. Ahora hablaré de los libros que se leen a pequeños sorbos, saboreando cada párrafo, deleitándonos con cada palabra. Nos quedamos paladeando cada salto narrativo, cada sonido, cada significado. Y cada vuelta de tuerca.
En libros así, sientes tristeza el tener que terminarlos. Es como cuando dejas a un amigo entrañable… lamentas terminar la historia. En cuanto te percatas que ya faltan pocas páginas, la añoranza anuncia su llegada y terminas sintiéndote como ciertos niños que saben que le restan pocas horas al domingo y al día siguiente tendrán que ir a la escuela.
El Infinito en un junco pertenece a esta estirpe. Las historias que magistralmente narra -más preciso aún-,: entreteje Irene Vallejo son asombrosas e increíbles. No deja de fascinarnos que el libro, ese objeto frágil, perecedero e improbable haya podido, primero, ser inventado y luego haber podido sortear tantos incendios, persecuciones, censuras e intolerancia. Y la otra sorpresa es cómo pueden caber -como en El libro de arena de Borges- en unas cuantas páginas, tantos infinitos.
El Infinito en un junco es, también, una muestra de lo moderna que puede resultar la antigüedad y viceversa.
Los libros son, sin duda, botellas lanzadas al mar, artilugios contra el olvido.
II
Otro libro así es El último encuentro (*) de Sándor Márai: dos viejos amigos se reencuentran después de 40 años de ausencia. Konrad visita a Henrik, un general húngaro. En esta obra podríamos decir que, excepto la literatura, ocurre casi nada. El reencuentro se da después de que Konrad salió -prácticamente huyó-, de la casa del amigo. Nos narra de una bala que no se disparó, de una traición entredicha. Nos habla de Kristina, una esposa-amante apenas bocetada. Es un homenaje a la concisión y al lenguaje.
Al final del libro, el general destruye el diario de su esposa y nos quedamos (el general y los lectores) sin confesión ni desenlace. Seguramente porque no son indispensables para la trama.
El lector es testigo de las palabras, de las sugerencias, del lenguaje y no de las acciones. Es un libro que nos deja el sabor de la literatura en los labios.
Este libro me recuerda un texto de Kafka, –Resoluciones– en el que narra todo el arrojo, melancolía, fuerza de voluntad y pasión que implica el simple movimiento de «frotar el dedo meñique sobre las cejas”.
III
Leí en el portal Acalanda Magazine un artículo de José Ramón Chaves (con S) García escrito en 2016, que es una selección de citas de Umberto Eco sobre el libro y la lectura. Además de la famosa frase de que «el libro es como la cuchara, las tijeras, el martillo o la rueda. Una vez inventado, no se puede mejorar. No se puede hacer una cuchara mejor que una cuchara… El libro ha sido probado a fondo, y es muy difícil ver cómo se podrían mejorar sus beneficios actuales». De dicho artículo, me he permitido entresacar estas otras 3 citas:
La lectura como terapia:
«Leer obras de ficción supone jugar un juego por el cual damos sentido a la inmensidad de las cosas que sucedieron, están ocurriendo o van a ocurrir en el mundo real. Mediante la lectura de la narrativa, escapamos de la ansiedad. Esta es la función consoladora de la narrativa, la razón por la cual, la gente cuenta historias y ha contado historias desde el principio de los tiempos».
De igual forma nos proporciona dos textos deliciosos que me parecen perfectamente Umbertoequianos (sic).
Sobre la poesía
«No recuerdo donde leí que hay dos clases de poetas: los buenos poetas, que en un momento determinado destruyen sus poemas malos y se enrolan en el ejército para luchar en África, y los malos poetas, que publican los suyos y siguen escribiendo muchos más hasta que mueren».
Sobre la vanidad el escritor
«Desde que soy novelista he descubierto que soy parcial. Si creo que una nueva novela es peor que la mía, no me gusta, y si sospecho que es mejor que mis novelas tampoco me gusta».
(*) Agradezco a Angélica Contreras, una formidable lectora y, aún, mejor amiga, el haberme obsequiado el libro. Así pude conocer a Sándor Márai.