LOS CASCOS DE LOS CABALLOS

Para Pensar
Por: Carlos Moisés HERNÁNDEZ SUÁREZ

Fue hace muchos años, 14 de febrero del 2025. Aún recuerdo aquella cabalgata que terminó en una balacera. Una veintena de heridos y una persona fallecida. El día que Colima cambió. No sé por qué tienen que pasar esas cosas para que las cosas cambien.

Venía de un taller, allá por la Niños Héroes, y apenas logré cruzar la avenida Griselda Álvarez antes de que pasara el contingente por la avenida que lleva a La Petatera. Los balazos se oyeron a una cuadra. Cosa de todos los días, dije, y huí a la tremenda velocidad que puede alcanzar un poderoso March.

Pero esta vez fue diferente. No me lo esperaba. La gente primero se asustó, pero después reaccionó al ver que entre los heridos había gente que no tenía que ver nada con esos pleitos. Los músicos callaron. La cabalgata se suspendió. La gente regresó a sus casas.

Al día siguiente, lo que sucedió pasó a los libros de historia. Hubo cabalgata, sí. Pero la gente se organizó y protestó a su manera: todos iban de negro. Hasta los músicos, que viajaban sentados en esos grandes camiones, con un moño negro en las guitarras, trompetas y tambores, en silencio. Gente que no tenía caballo viajó en ancas. Fue la mejor forma de demostrar eso que los políticos proponen pero no usan: resiliencia ante la adversidad.

Si usted estuvo ahí, seguro que lo recuerda. No hay nada más impresionante que una marcha en la que solo se escuchan los cascos de los caballos en el pavimento. Nunca había escuchado ese sonido impresionante y ensordecedor, que antes había sido opacado por la música estridente. El caballo, que siempre ha acompañado al hombre en todas sus guerras, demostrando que, solamente al caminar, ya le tienes que demostrar respeto. Miles de caballos. El sonido más impresionante que te puedas imaginar.

El sonido llegó hasta los salones de las oficinas de gobierno, del congreso, presidencias municipales y lujosas casas de seguridad. Todos se dieron cuenta de que la gente no solamente estaba enojada, sino que estaba reaccionando en masa. Entonces les dio miedo.

Pero la verdad es que soñé todo esto porque los sopitos me cayeron muy pesados, y me doy cuenta ahora de que los colimenses tenemos lo que merecemos. No hay que cargarle la culpa a nadie, la culpa es nuestra. Sobre todo a la hora de llenar las boletas.