LOS FANTASMAS DE COLIMA

En mi humilde opinión
Noé: GUERRA PIMENTEL

El 20 de febrero de 1976 fue editado por B. Costa-AMIC y el Club del Libro Colimense, con un tiraje de 2 mil ejemplares y apenas el 14 de febrero conocí este peculiar librito que, con esa única edición habrá de cumplir medio siglo con sus 176 páginas, escrito por Miguel Galindo (1883-1942), quien como médico de profesión (se antefirmaba y presentaba como “Doctor”), fue un erudito historiógrafo y prolífico escritor de origen jalisciense, de Tonila, aunque, (Gutierrez Grajeda, Blanca E. Personajes de Colima. Pp. 137-140. INEA delegación Colima. 1997) desde niño radicó en la Ciudad de Colima.

Varios fueron los aportes que encontré en esta singular publicación hecha por un científico positivista, como se definía y en los hechos lo fue don Miguel Galindo, versión colimense heredada de Francisco Bulnes, Justo Sierra, Emilio Rabasa, Andrés Molina, Rosendo Pineda o el mismo Gabino Barreda, del grupo de los científicos del porfiriato. Por lo que al descubrir el texto me resultó al menos raro, puesto que Galindo, un intelectual en toda forma, dedicara su tiempo a recuperar este tema que nada tenía que ver con su vocación, formación, quehacer y esencia cientificista.

Diecinueve títulos y temas, como: El asesino, El cerdo diabólico, El Padre Arzac, la clariaudiencia, La confesión del indio, Por el ojo de la llave, Encargo póstumo, El perdón tardío, Casa de espantos, Un saludo afectuoso, La barranca del muerto, Don Miguelito Martínez, La voz de ultratumba y la sombra paterna, Cuidado materno, El fantasma familiar, Las aves agoreras, Maestros visionarios, La escritura del diablo y Una antigua promesa; además del prefacio de Daniel Moreno y la advertencia de Galindo, el librito se lee en prácticamente dos sesiones que, sin alejarnos de su lógica científica, nos llevan al conocimiento de los misterios de aquel entonces.

Tesoros sin encontrar, animales perversamente malignos, casas apedreadas por nadie, capacidades humanas extraordinarias, hechos inexplicados, ruidos sin origen lógico y presencias extraordinarias, entre prácticas de espiritismo, superstición, prestidigitación y ocultismo, es lo que se descubre en las páginas de “Los fantasmas de Colima”, donde el autor, desde una posición declaradamente neutral expone los hechos involucrando a gente de aquella época, algunos cuyos nombres han trascendido hasta nuestros días, como a El Capacha, Miguel Alvarez; a los influyentes hermanos Arzac (Ramón, José María, Miguel y Canuto), a varios sacerdotes, entre ellos a Vicente Pinto, así como ejemplares damas de resonantes apellidos, como Vidriales y Verján, habitantes de casas de las que algunas aún se conservan en el centro de la capital de Colima.

Afirmaciones en las que el autor, escrupuloso y anteponiendo su bien ganada reputación intelectual, cuida fundar la certeza de sus palabras con esas referencias precisas sobre las circunstancias, lugares, fechas y nombres. Lo extraño, al menos para mí, es que mucho de lo presentado en el texto como inobjetable, hoy, a medio siglo de haber sido publicado, ya no sea más; por ejemplo, las casas apedreadas o los persistentes fantasmas que aparecían y desaparecían en las muchas sombras de las grandes casonas de aquella época, principios del siglo pasado, en la que el alumbrado público era precario, pocas casas tenían energía eléctrica iluminadas tan solo por velas y candelabros y las calles principales eran de modestos empedrados.

Es decir, el tiempo, el conocimiento y la modernidad, junto con la ciencia, han venido a combatir creencias en aquel tiempo tan normales, pero que no obstante; prevalecen en algunos sectores, sobre todo entre gente con bajo nivel de estudios o que simplemente gusta de este tipo de fantasías que en otro tiempo eran aceptadas por la generalidad, incluso por un connotado escéptico, como lo fue el destacado hombre de letras Miguel Galindo Velasco, mejor conocido como el doctor Miguel Galindo, cuyo recuerdo se honra con el nombre de una céntrica calle de la Ciudad de Colima, que corre en sentido poniente a oriente y que pasa por la que fuera su última morada entre las calles Mariano Arista y Aquiles Serdán.