Bajo el inquebrantable sol de Colima y el calor que solo la pasión por la tradición puede generar, se levanta cada año una joya arquitectónica única en su tipo: La Petatera, la plaza de toros más emblemática de Villa de Álvarez. Pero este ícono, construido a base de petates, tablas y soga, no solo es un testimonio de la destreza artesanal, sino también el escenario perfecto para un desfile lleno de color, música y risas: los mojigangos, esos gigantescos personajes que recorren las calles durante los Festejos Charro Taurinos, trayendo consigo alegría y un toque de comedia al ritmo de las tradiciones.

Desde las entrañas mismas de esta monumental plaza, conversamos con Rigoberto Ramírez Ochoa, mejor conocido como «El Pato», un hombre tan lleno de energía y buen humor que parece haber heredado su alegría directamente de los mojigangos que lleva bailando desde hace más de tres décadas.

Hablemos primero de La Petatera, el verdadero corazón de estos festejos. Declarada Patrimonio Cultural por la UNESCO, esta plaza de toros es un espectáculo por sí misma:

Construida con más de 2 mil 100 petates y 5,000 tablas, se arma como si fuera un enorme rompecabezas artesanal que puede albergar a 4 mil 500 personas (aunque dicen que, en los días más gloriosos, han llegado a entrar 10 mil valientes).

Su diseño único no solo resiste al inclemente sol y las lluvias, sino también a los sismos, lo cual es casi un milagro en esta región.

La construcción de La Petatera, que data de 1857, es una verdadera fiesta en sí misma, donde cuadrillas de familias y amigos trabajan codo a codo durante más de un mes. Cada tabladero pone su corazón en ello, como lo hace El Pato, quien no solo ayuda en su construcción, sino que también se convierte en el alma de los mojigangos.

“La plaza es un orgullo de la Villa”, dice El Pato mientras señala la estructura que, en su sencillez, rivaliza con cualquier obra moderna. “Aquí se siente la unión del pueblo. Es un trabajo que hacemos con las manos y con el corazón”.

Los mojigangos: los gigantes que bailan

¿Y qué sería de estos festejos sin los simpáticos mojigangos? Esos enormes personajes de carrizo, vestidos de colores vibrantes y con cabezas de cartón y yeso, son el alma de las calles durante los convites. Con un peso de hasta 70 kilos, cargarlos y bailarlos no es tarea para los débiles. Pero ahí está El Pato, líder de esta alegre cuadrilla, quien asegura que, aunque parezca un trabajo titánico, todo lo hace con gusto y buena cerveza porque, como él dice, “la hidratación es clave”.

“Uno baila los mojigangos desde la Catedral hasta la Petatera, un recorrido de casi 10 kilómetros, ¡y eso no es cualquier cosa! Pero aquí nadie se raja. Si uno se cansa o se ‘hidrata’ de más, pues otro entra al relevo”, bromea mientras recuerda anécdotas de los años pasados.

¿Y cuál es el secreto para cargar estas estructuras? “Nada más tener ganas y perder la vergüenza. Aquí no hay requisitos. Hasta los chaparritos se animan, como el Chispeto, que aunque sea de los más bajitos, anduvo moviendo los mojigangos como si nada”.

Lo más especial de los mojigangos es que no solo son figuras que bailan; también representan un homenaje a los personajes icónicos de Villa de Álvarez.

“Cada año cambian las caras de los mojigangos, y hasta el mero día se revela quiénes son. Puede ser un tabladero, un maestro, alguien que hizo historia aquí en la Villa. Es un reconocimiento que emociona a las familias”, explica El Pato, mientras muestra uno de los mojigangos pasados.

Pero los mojigangos no solo se limitan a los festejos locales. Gracias al entusiasmo de personas como Rigoberto, han llevado esta tradición a lugares tan lejanos como Talpa en Jalisco, donde los recibieron con banda y aplausos. “¡Es que nunca habían visto algo así! Hasta pensaban que era un castillo cuando los llevamos desarmados. Pero ya armados y bailando, la gente quedó encantada”, recuerda entre risas.

A pesar de los años, El Pato sigue bailando con la misma energía que cuando empezó.

“Tengo hijas y un hijo, todos licenciados, y siempre se han sentido orgullosos de que su papá baile los mojigangos. Esto es algo que se lleva en la sangre. Mis hijas, cuando eran niñas, venían a ayudarme a coser petates y a armar tablados. Ahora ya están grandes, pero el amor por esta tradición nunca se pierde”, dice con una sonrisa.

Para Rigoberto y su equipo, lo más importante es que esta tradición siga viva. “Aquí no se hace esto por dinero. Se hace por el gusto de mantener viva nuestra cultura. Cuando bailamos los mojigangos, sentimos que conectamos con nuestra historia, con nuestras raíces. Es un orgullo ser parte de algo tan grande”.

Si nunca has estado en los Festejos Charro Taurinos de Villa de Álvarez, esta es tu oportunidad. Desde las cabalgatas hasta los convites y, por supuesto, los bailes de los mojigangos, esta celebración es un festín de colores, música y tradición que no te puedes perder.

Así que ponte tus mejores botas, ven a probar los deliciosos sopitos de la cenaduría de Julia y prepárate para vivir una experiencia que solo Villa de Álvarez puede ofrecer. Porque aquí, en esta tierra de gente alegre y trabajadora, las tradiciones no solo se preservan, se viven.

“Los esperamos con los brazos abiertos”, dice El Pato, “porque aquí, hasta el más tímido termina bailando”.

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