Crónica sedentaria
Por: Avelino GÓMEZ
No me lo diga: llegamos al punto de la cuarentena en el que ya no quiere ver otra película o serie. Tampoco leer otro libro. Ni escuchar más discos. Ni hacer un recorrido virtual por los paisajes de Narnia. Mucho menos ver un tutorial de técnicas de zapateado tamaulipeco. Sobre todo ya no quiere ver videos de poetas leyendo o recitando versos. Pero reconfórtese: cuando todo esto pase, los poetas serán los primeros en ser juzgados.
Nada más peligroso que un poeta en tiempos de pandemia. Necesitados siempre de público y lectores, los poetas no dudaron ni dos segundos en empezar a declamar cuando se declaró el confinamiento obligatorio. Así como la imagen de un Nerón frente a las llamas en el incendio de Roma, así los versificadores frente a las redes sociales y la cuarentena.
Incluso personas, que considerábamos serias y de buen juicio, inmediatamente se declararon poetas ante un público confundido y temeroso. ¡Qué necesidad! Ya Gabriel Zaid lo dijo —un tanto en serio y un tanto en broma—: “procura que nadie sepa que haces versos, no vayan a pensar que no se puede confiar contigo”.
Pero es de entenderse. Y era inevitable. Las noticias sobre la peste que azota al mundo también desató una epidemia de artistas.
Reprimidos por la rutina y la obligación de ganar y gastar, los espíritus sensibles se revelaron cuando se dieron cuenta que, debido al coronavirus, cualquiera puede morir hasta de un estornudo. Y peor aún: dejar este mundo sin antes haber cumplido su sueño de aprender a tocar la jarana o de publicar ese libro con los poemas “y vivencias” que yacen en una empolvada libreta escolar. Esto es serio: muchos están entendiendo por qué los músicos subieron a tocar a cubierta cuando el Titánic se hundía.
Lo que no quiero ni puedo imaginar es… cuando salgamos de esto, claro —porque saldremos, téngalo por seguro (los humanos somos al universo lo que las cucarachas a nuestra casa)— cuando salgamos, digo, no imagino la cantidad de poemas, novelas, películas, cuadros, videos, canciones, danzas, piezas teatrales, guiones y sabe Dios qué cosas más, habrán de publicarse para contar y cantar, cada cual a su manera, que en el año 2020 el mundo parecía acabarse, y no se acabó.
Y será entonces que habremos de juzgar a los poetas. Porque ante la emergencia, lo único que se les ocurrió fue recitar. Y les agradeceremos a los muy malditos. Porque, en realidad, contra el virus no se podía hacer más: sólo lavarse las manos y cantar.