La capacidad de diferenciar el propio cuerpo del de los demás es una habilidad fundamental, esencial para interactuar con otras personas y su entorno. Pero, ¿cuándo empezamos a ser conscientes de esta habilidad?
Investigadores del Birkbeck College de la Universidad de Londres han proporcionado las primeras pruebas de que los recién nacidos nacen con los mecanismos esenciales para este tipo de conciencia corporal.
«La capacidad de distinguir el yo corporal de los demás nos permite establecer interacciones con el entorno y una comunicación eficaz con los demás», explica Maria Laura Filippetti, autora principal del estudio.
En otras palabras, Filippetti afirma que los recién nacidos son «criaturas competentes,» capaces de diferenciarse de los demás y de formar una percepción coherente de sus propios cuerpos.
Con el fin de obtener una comprensión completa de este aspecto fundamental del desarrollo humano, los investigadores analizaron los orígenes evolutivos de los mecanismos implicados. Los resultados se publican hoy en la revista Current Biology.
«Sin embargo, nuestros hallazgos también son relevantes para la investigación de predictores tempranos en trastornos del desarrollo en niños, como el autismo, donde se cree que existe un deterioro en la discriminación del yo y del otro», subraya.
La experta señala además otro aspecto importante a tener en cuenta, «cómo la presencia al nacer de factores que intervienen en la percepción corporal ayuda a entender qué mecanismos se alteran en los trastornos cuerpo-conciencia en los adultos, como la anosognosia (la negación de la propia patología neurológica) en la hemiplejía».
ESTUDIOS EN ADULTOS Y BEBÉS
Investigaciones anteriores sobre la propiedad del cuerpo en adultos ya habían demostrado que la integración de información procedente de diferentes modalidades sensoriales (uso de señales visuales y táctiles) es un factor clave en la conciencia del propio cuerpo.
Así, si un individuo observa el rostro de otra persona siendo acariciado mientras su propia cara es tocada de la misma forma, la percepción de uno mismo en realidad cambia para incorporar parcialmente la de la otra cara como si le perteneciera.
Al igual que en los trabajos en adultos, los investigadores presentaron 20 recién nacidos sanos con un video de la cara de otro bebé siendo acariciado en la mejilla con un pincel suave, mientras que las mejillas de dichas criaturas se tocaban simultáneamente o con cierto retardo de tiempo.
Los bebés se colocaron delante de la pantalla a una distancia de 30-35 cm y la sesión experimental duró unos 3-6 minutos, o hasta que los pequeños comenzaron a estar inquietos o somnolientos.
«Por supuesto, los bebés no pueden explicar lo que han vivido, pero sí mostraron mayor interés por el rostro del otro bebé cuando se acarició a la vez que el suyo», añade Filippetti.
Es más, los bebés tenían menos interés cuando la cara se les presentaba al revés, lo que hacía menos fácil identificarse a sí mismos. «Invirtiendo la cara hemos reducido la probabilidad de que los recién nacidos podría relacionar el estímulo a su propio cuerpo», concluye.