Colima.- “Son como unos 30, ¿verdad?”, responde Matiana Aranda Máximo mientras mira a su nuera para responder cuántos nietos tiene.
“Es que son muchos; son nietos, bisnietos y tataranietos, los de aquí sí se sabe los nombres, pero los del otro lado quién sabe”, agrega su nuera al señalar a la familia que vive en Estados Unidos.
La venta de fruta no para en el puesto de esta mujer de 75 años de edad. Desde las 8:00 y hasta las 19:00 horas, ofrece mango picado, granada, nopales pelados, nances y varias cosas más.
Rodeada entre canastos, una báscula y cubetas, ella celebra su vejez trabajando, dice que no puede estar en su casa, no le gusta estar “sin hacer nada”.
“Por gusto, por necesidad también, mis hijos no me dejan trabajar pero yo no puedo estar en la casa, me enfado, yo quiero estar aquí. En el mes de marzo me puse mala, se me subió la azúcar, pero gracias a Dios y mis amigas que pasan por aquí y me saludan, eso me sirve”.
Hace tres años que mantiene ese puesto de frutas. Desde entonces sale de su casa, en Zacualpan, Comala, cerca de las 06:00 horas; después pasa a unas bodegas a comprar fruta, y entre las 8:00 y 9:00 su puesto está listo.
“Mi esposo maneja, él me ayuda a limpiar los nopales y hacer lo que puede, tenemos una camionetita igual que nosotros, viejita, pero nos lleva y nos trae y por ahí andamos, cuando se descompone abrimos hasta las 11:00”.
Le viven tres hijas y dos hijos, uno más murió a los 21 años luego de que le inyectaran penicilina.
“Dicen que era alérgico, el doctor no le hizo la prueba, ahora sí se las hacen”, agrega.
Matiana, quien forma parte del 6.9 por ciento de la población colimense mayor de 65 años de edad, asegura que venderá fruta hasta que sea llamada “a rendir cuentas”.
A sus clientes les pide que la saluden, ya después se darán cuenta cuando su puesto no esté.
“Ya que no veas la nopalera vas a decir, ‘seguro ya se fregó’”, dice Matiana mientras guarda un billete de 20 en el mandil.
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