LA VIDA ENTRE LÍNEAS // Mentir desde el poder: una traición imperdonable
Por Elinord CODY FaceBook Elinord Cody
En los últimos años, hemos sido testigos de un fenómeno preocupante en el ámbito gubernamental: el esfuerzo por maquillar la realidad en lugar de enfrentarla. Funcionarios que, en su afán de quedar bien con sus superiores, optan por callar, minimizar o incluso ocultar las graves problemáticas que enfrentan las áreas de seguridad y salud.
¿Qué tan flaco favor se hacen a sí mismos y a sus comunidades al actuar así? Mucho. Porque no solo perjudican la credibilidad de las instituciones que representan, sino que también amplifican el dolor de los ciudadanos que lidian con los estragos de una gestión ineficaz.
La salud pública y la seguridad son temas esenciales, no lujos. Sin embargo, en los hospitales vemos desabasto de medicamentos, personal insuficiente, médicos mal pagados y agotados, y una infraestructura deteriorada que apenas se sostiene. ¿Cómo pueden nuestros líderes decir que “todo está bajo control” cuando la gente debe buscar soluciones por su cuenta o incluso resignarse a la muerte por falta de atención médica adecuada?
En el terreno de la seguridad, la situación no es distinta. Los robos a negocios, los asesinatos, los y las desaparecidas, el robo de vehículos y la violencia cotidiana han dejado un rastro de dolor y desolación: huérfanos, viudas y padres que entierran a sus hijos.
¿Qué tan desgarrador debe ser para una madre escuchar que el crimen organizado “está disminuyendo” mientras limpia la sangre del pavimento frente a su casa?
Pero hay algo aún más grave que la incapacidad: la negación. Cuando los funcionarios se niegan a reconocer las deficiencias de sus áreas, no solo están fallando en sus responsabilidades, sino que también insultan la inteligencia de quienes viven esta realidad todos los días.
No reconocer el problema es burlarse de la ciudadanía en su cara, es mostrar un desprecio absoluto por quienes pagan con sus impuestos los sueldos de aquellos que deberían protegerlos.
Y si esta desinformación llega hasta los niveles más altos, las opciones son alarmantes: o bien los líderes desconocen la realidad porque sus subordinados les mienten, lo cual evidencia una cadena de incompetencia; o bien conocen los hechos y los ocultan deliberadamente.
En este último caso, no solo son incapaces, sino que carecen de calidad moral para ocupar sus cargos. No tienen honestidad. No tienen dignidad. No tienen madre.
El problema de fondo es la impunidad que todo esto genera. La falta de reconocimiento público de estas problemáticas es un terreno fértil para el crecimiento del crimen organizado y el deterioro del tejido social.
Cada omisión, cada mentira, y cada promesa incumplida, son un golpe más a la confianza de la ciudadanía en sus instituciones.
Corregir el rumbo implica primero admitir que algo está mal. Reconocer las carencias, asumir responsabilidades y comprometerse con soluciones reales. Porque mientras más tiempo se oculte la verdad, más profunda será la herida y más difícil será restablecer la confianza.
Los ciudadanos merecen gobiernos que hablen con la verdad, que actúen con transparencia y que enfrenten los retos con valentía. La mentira no solo es cobarde, es peligrosa. Y en un país donde la salud y la seguridad son derechos constantemente pisoteados, la mentira mata.