Metabolismo energético y cáncer
Por: Miguel Ángel OLIVAS AGUIRRE
El cafecito de la mañana, el tejuino bien frío, los taquitos, la coquita, la caguama del viernes o, cuando toca redimirte, esa ensalada de pollo o atún… Todo lo que comemos, sea lo que sea, nuestro cuerpo lo transforma en energía para que podamos funcionar. Este proceso ocurre dentro de cada célula de nuestro cuerpo, y hay un lugar muy especial dentro de ellas donde sucede la magia del metabolismo: la mitocondria.
Las mitocondrias son como pequeñas plantas generadoras de energía dentro de las células. Su trabajo es convertir los nutrientes de los alimentos en energía utilizable, que nuestras células usan para funcionar, en forma de algo llamado ATP. Este proceso es muy eficiente, y para que funcione necesita oxígeno (¡por eso respiramos!). A esto se le llama «respiración celular». Sin las mitocondrias, nuestras células no podrían funcionar correctamente, ya que son las encargadas principales de producir la energía que necesitamos para vivir.
Durante mucho tiempo se creyó que el cáncer era causado por células que no podían «respirar» bien. Esta idea proviene de un fenómeno que fue descubierto en los años 20 por el bioquímico alemán Otto Warburg, conocido como el «efecto Warburg». Warburg notó que las células cancerosas, a diferencia de las normales, suelen obtener energía de una forma bastante peculiar, incluso cuando tienen oxígeno disponible (que normalmente usarían para ser más eficientes). En lugar de usar la respiración celular como fuente principal de energía, las células cancerosas prefieren un proceso menos eficiente llamado glucólisis (extraer energía desde la glucosa, el azúcar). Es como si, en vez de usar la electricidad para encender las luces de la casa, decidiéramos quemar madera a toda velocidad para mantener la luz encendida.
Al principio, los científicos pensaron que esta preferencia por la glucólisis significaba que las mitocondrias de las células cancerosas no funcionaban bien, #NoResuelven. Sin embargo, investigaciones recientes han demostrado que no es tan simple. Las mitocondrias en las células cancerosas no están ni rotas ni inactivas; de hecho, las células cancerosas las mantienen ocupadas en otros procesos, como producir lo que necesitan para crecer rápidamente y evitar la muerte.
Lo que realmente sucede es que las células cancerosas tienen una habilidad increíble para ajustar cómo obtienen energía dependiendo del entorno. Y aquí entra un concepto fascinante: la plasticidad metabólica.
¿La qué cosa del cuál? En pocas palabras, la plasticidad metabólica es la capacidad de la célula para adaptarse a distintas fuentes de energía. Es como si fueras un atleta que puede correr maratones y levantar pesas con la misma facilidad. Eso es versatilidad, ¿cierto? Pues las células cancerosas tienen esa misma flexibilidad cuando se trata de obtener energía. Si las condiciones cambian (por ejemplo, si hay menos oxígeno o no pueden acceder a tanta glucosa), las células cancerosas ajustan su metabolismo. Cambian de combustible, usando grasas o aminoácidos, que son componentes clave de las proteínas. Esta plasticidad metabólica les da una ventaja enorme, ya que pueden seguir creciendo y sobreviviendo en situaciones donde otras células no podrían.
Aunque suene gacho, estas células actúan como auténticas supervivientes, capaces de hacer lo que sea necesario para seguir vivas y multiplicarse. Esta capacidad de adaptación está influenciada por el entorno donde viven, lo que llamamos microambiente. De hecho, hay evidencia de que ciertos factores de nuestro estilo de vida, como la dieta, el ejercicio y el consumo de calorías, pueden modificar tanto el microambiente como la forma en que las células cancerosas utilizan esta plasticidad metabólica.
Antes de que empieces a preocuparte, quiero que entiendas algo crucial: nuestras células dependen de un equilibrio energético adecuado. Cuando hablamos de hábitos saludables, no es solo cuestión de evitar subir de peso o mantenerse #SiempreFit; también se trata de cómo nutrimos a nuestras células. Si constantemente damos a nuestro cuerpo más energía de la que necesita (por ejemplo, consumiendo muchas calorías de alimentos procesados o ricos en azúcar), no solo estamos aumentando nuestras reservas de grasa. Estamos creando un microambiente favorable para que las células cancerosas aprovechen ese exceso de energía para crecer y adaptarse más fácilmente.
Ahora que entiendes el efecto Warburg y la plasticidad metabólica, sabes que no basta con simplemente evitar el azúcar, las grasas o las proteínas para combatir el cáncer. Es necesario ser conscientes de lo que comemos, cuándo lo comemos y en qué cantidades (esto tiene que ver con un concepto interesante llamado crononutrición, del que ya hablaremos en otra ocasión).
Por eso, llevar una dieta balanceada y hacer ejercicio regularmente no solo nos hace sentir mejor en el día a día, sino que también podría reducir las oportunidades de que nuestras células normales se descontrolen. La prevención no se trata de privarse de lo que nos gusta, sino informarse y decidir sobre cómo nuestras elecciones alimenticias a largo plazo pueden influir en procesos como el cáncer.
Las células cancerosas, con su capacidad de adaptación, nos recuerdan lo importante que es cuidar nuestro cuerpo. Aunque el cáncer es complejo y multifactorial, ¡nunca está de más darle a nuestras células un buen apoyo!
Cibus medicamentum est — el alimento es la cura…