TAREA PUBLICA
Por: Carlos OROZCO GALEANA
En medio de la corriente informativa, subyugada por el problema sanitario, surgió la renuncia del jefe federal de aduanas del SAT, Ricardo Ahue, “ un hombre íntegro, leal y trabajador”, tal cual lo definió el presidente Andrés Manuel López Obrador y quien ganó en la pasada elección, por mayoría, el cargo de senador, al que regresará.
Ahue había sustituido, hace menos de un año, al actual subsecretario de gobernación Ricardo Peralta, y este a su vez había tomado el lugar que dejó Ricardo Treviño, quien en el peñato daría seguimiento para cumplir las acciones estipuladas en el Acuerdo Bilateral Estratégico Aduanero, firmado entre Estados Unidos y México. Además, se encargaría de la conclusión de 12 proyectos como parte del Plan de Modernización de la Infraestructura de las Aduanas 2013-2018.
Ahora mismo, la república estrenaría el cuarto titular de Aduanas en la persona de Horacio Duarte, es decir, durante el actual régimen van y vienen jefes aduaneros sin pena ni gloria. Como llegan se van, víctimas del monstruo de mil cabezas de la corrupción que al decir de Amlo, son las aduanas, donde casi todo mundo se pervierte, generales y soldados.
Duarte es un político profesional, más de lo mismo. Está lejos de conocer el tema aduanero. El que tenía más brío aduanero, Ricardo Peralta, fue llamado pronto a la subsecretaría de Gobernación dejando en el olvido todos los propósitos que se le asignaron cuando arribó al cargo.
Vivimos como en la etapa del priísmo y del panismo último: la aparición de chipatos por todos lados. Chipato es aquel que según eso es chingón para todo, un Juan Camaney. Lo que le pongan a hacer lo hace, bien o mal pero lo hace. Tiene culpa pero no toda, la comparte con el jefe que lo pone en cierto lugar. A veces, para que aprenda.
Los efectos sociales de los actos y omisiones de los chipatos suelen ser dañinos, por supuesto. Unos serán como chivos en cristalería para regocijo de las tribunas; otros, se defenderán de algún modo y una minoría quizás saldrá bien librada si sabe rodearse de gente inteligente y le gusta el trabajo.
Por todos lados hay esos “chipatos”. Abundan. Es que donde quiera hay jefes a los que poco les importa la efectividad del trabajo gubernamental, aunque usted no lo crea. Son aquellos que quieren lealtad a toda costa pero no resultados, al fin y al cabo en muchos lados hay expertos en maquillaje. El maquillaje y la mentira constante, para muchos, hacen verdades que a tanto de repetir son aceptadas con normalidad. Y si fallan las estrategias, pues se contrata y se paga una encuesta a modo.
El gobierno de Amlo esta nutrido de personajes fallidos del pasado reciente, de personajes que no han dado una y sin embargo aparecen como estrellas fulgurantes del escenario político. No se vale. Los mexicanos exigimos resultados concretos. Las aduanas son cueva de ladrones. Por ahí han desfilado sujetos siniestros que al paso del tiempo se han convertido en millonarios que se hacen llamar pomposamente “hombres de negocios”. Patrañas. La realidad es que han traficado influencias y servido a amos distintos al gobierno.
El discurso de Amlo contra la corrupción suena a fracaso anticipado. Los peces gordos de la corrupción nadan a placer en el mar de la impunidad con la certeza de que no los molestarán jamás. Hay pactos no escritos. Este fracaso no puede permanecer oculto por más distractores que aparezcan todos los días.
El problema de las aduanas no se resolverá cambiando a un jefe cada seis meses, tiempo durante el cual apenas y si conoce las instalaciones y al personal. En el desorden administrativo, pocas cosas pueden innovarse.
Se resolverá si el gobierno, con toda su fuerza, se decide a “barrer escaleras” de arriba hacia abajo, como se prometió. No basta con poner gente honrada al frente o acaso son conocimientos técnicos suficientes, sino exhibiendo voluntad política para acabar con un mal que le cuesta a México mucho dinero. Lo demás, es y será puro cuento.