Columna Sedentaria
Por: Avelino Gómez
Escribo, pero los vecinos han puesto música a todo volumen para anunciar que están derrotados o alegres; es imposible no divagar en cómo forjaron sus gustos musicales: no sé si llevarles cerveza para que mitiguen sus penas o ensayar con ellos la coreografía de Footloose.
Escribo, pero hace mucho calor; sudo como caballo, como dipsómano con abstinencia, como tapa de olla de tamales. Escribo, pero un enjambre de mosquitos me ha tomado por alfiletero; dejo de pulsar el teclado para aliviar la comezón, para rascarme como quien sufre un ataque de sarna.
Escribo, pero se acabó el café y necesito, urgentemente, ir a comprar medio kilo. Sin café todo podría ir mal el resto del día: otra vez pueden declarar una cuarentena y será imposible salir; o, a lo mejor —quién lo sabe— haya una inesperada escasez de café en el mundo. Pánico.
Escribo, pero timbra el teléfono. Atiendo. Una voz intimidatoria me dice que está por vencerse el recibo del servicio telefónico; y yo, por no dejar, respondo que qué le vamos hacer, así es la vida, todo se vence y se desgasta. Escribo, suena de nuevo el teléfono: esta vez es la avejentada y triste voz que llama, un día sí y otro no, para preguntar si está Luis, y aquí no vive ningún Luis, pero dan ganas de decirle que sí, que soy Luis, y que no se preocupe pues todo marcha bien.
Escribo. Tocan a la puerta y, al abrirla, veo que es el vendedor de garrafones de agua purificada. Me pregunta si no me hace falta agua, y le contesto que no, agua no, pero me falta café. Y el vendedor sonríe, y me siento un poco miserable por contarle a un desconocido mi desgracia sin cafeína.
Escribo. Después de dos o tres párrafos borró todo, porque algo me dice que no es el tono ni la combinación de palabras que necesito, porque tengo la impresión de repetir palabras en cada frase —y evidentemente lo hago—, porque no encuentro la expresión que me hace falta o porque al momento de encontrarla deja de tener sentido.
Escribo que escribir no es algo heroico, más bien parece un acto de flagelante necedad. Y, sin embargo, escribo.