Crónica sedentaria
Por: Avelino GÓMEZ
Y bueno. Ya fuimos, dimos la vuelta, y otra vez volvimos. Tendremos alternancia de partido político en el gobierno estatal. Y eso está bueno. Porque ese es el verdadero espíritu de la democracia: darle de palos al grupo gobernante, quitarles el poder, y dárselo a otro grupo al que más tarde también se deberá dar de palos… etc. Nuestra adolescente democracia, vean pues, tiene algo de vengativa. Y es hermosa por sus contradicciones.
Después de la inicial y discreta celebración de la izquierda colimense (¿siguen ahí, camaradas? ) por el resultado obtenido en la elección, uno se pregunta si realmente el nuevo gobierno podrá cumplir las siempre elevadas expectativas de la colectividad. El recurrente lugar común —y que parece broma gastada— ya lo han dicho algunos actores políticos: si a Indira Vizcaíno le va bien, le va ir bien a Colima. Lo mismo se dijo en su momento de Ignacio Peralta, y antes se dijo de Mario Anguiano y antes de él de… otro montón de etcéteras. Uno quisiera escuchar a esos caraduras decir que a Colima le fue mal porque Ignacio Peralta la pasó mal. Vean nomás el berenjenal retórico en el que nos meten.
Lo cierto es que no habrá arranque de gobierno fácil. La administración saliente deja un montón de pendientes y asuntos —indignantes unos, desastrosos y dolorosos otros— que la gobernadora entrante tendrá que abordar y resolver. Ya está de más reprochar la errática y dislocada gestión a quien(es) en noviembre dejará(n) el cargo: la realidad social en Colima nunca correspondió a la realidad que presumían. Y uno quiere pensar, confiadamente, que quienes gobernarán el siguiente sexenio harán las cosas un tanto mejor. Pero. Y ojalá. Y sin embargo.
Lo que se avisora, en primera estancia, es que la llegada de la ¿nueva? élite política traerá consigo un discurso que habrá de traducirse en acciones que presuman el cambio. Aunque no necesariamente la forma será el fondo. Lo primero que veremos será, sin duda, el desmantelamiento de todo aquello que simbolizó el priismo en la entidad: lo rancio, estancado e insustancial. La casa de gobierno y su negativa (y hasta peyorativa) carga. La reestructuración del complicado y pesado andamiaje burocrático. Las relaciones de poder entre personas, familias e instituciones (que se modifican a discrecionalidad y conveniencia). El acercamiento gubernamental (ojalá no con fines clientelares) a sectores y minorías tradicionalmente en el abandono. Y en fin. Siga usted la lista.
Pero ya era necesaria la alternancia, y hasta el cambio de género en la titularidad del gobierno estatal. Era necesario que el agua corriera y que el aire circulara. Era necesario decir que al fin, que ya hacía falta, que qué bueno. Porque eso da (nos da) a los ciudadanos un ilusorio optimismo. Que todo cambie pues, para que todo siga igual. La realidad política es un bucle que, de tanto en tanto, es necesario rizar.