Juan Carlos Yáñez Velazco
25.08.2019
El sábado los niños declararon estar preparados para el regreso a clases. Habrá sido así, poco antes o poco después, con la mayor parte de los millones y millones de niños que hoy vuelven a la escuela para el ciclo escolar. Unos irán más contentos, unos con pesadumbre, pero todos aprenderán mucho, sin duda.
Los comienzos, como los finales, encierran sentimientos encontrados. En el inicio hay alegría por las novedades, tristeza por los compañeros que no regresan o cambian de grupo; así con los estudiantes como con los maestros, aunque los adultos, por las vicisitudes de la edad y en muchos casos los vaivenes laborales, suman incertidumbres delicadas.
En casa Mariana Belén mira con nostalgia la lista de compañeros y extraña ya a varios de sus antiguos condiscípulos de primer grado, a las mujeres, sobre todo. Tendrá maestros distintos y otros retos. Juan Carlos, más sereno, solo se inquieta por la petición bizarra de la directora para que acuda a sus clases con un corte de pelo “convencional”, en un gesto propio de esas mentalidades que se perpetúan cuando los tiempos cambiaron y las exigencias disciplinarias imponen mentalidades abiertas e innovadoras, ocupadas en las variables estructurales que inciden en la calidad de las buenas escuelas, no en el color de las calcetas, los moños en el pelo de las niñas o la blancura de los zapatos deportivos.
Este año lectivo tendrá componentes extra: distintos planes de estudio, un proyecto en ciernes para el cual se capacitó a los docentes pero que se aplicará solo en algunos aspectos, dudas sobre las nuevas reglas que regirán la carrera del magisterio, especialmente su ingreso y promociones, entre los más destacados.
Ojalá durante el nuevo ciclo escolar se vayan despejando las incógnitas que siembra la llamada Nueva Escuela Mexicana; que se transite con transparencia hacia un sistema de ingreso, formación, actualización y promoción magisterial que incentive y potencia a los buenos maestros, sensible a todos y que no se resigne ante los malos; que no falten los apoyos que históricamente escasean en miles de escuelas pobres, especialmente las que sirven a los más pobres; que los papás y mamás, desde casa, alienten, acompañen y exijan en la medida justa; y que las autoridades, de la escuela a la más alta jerarquía, asuman el sentido de autoridad recordado por Miguel Ángel Santos Guerra: hacer a crecer al grupo.
Nunca hubo tiempo que perder, ahora menos. El tren del siglo 21 avanza a veces con pasos acelerados, otras con ritmo lento, pero no se detiene. Es urgente apresurarse para no perder el boleto hacia un futuro distinto.