Por Avelino Gómez
Al abrir la puerta miraremos la hojarasca del domingo caer de los balcones. Y escapará de la memoria el perfume de las limas y el infantil sabor de las ciruelas. “Otro lunes”, diremos al salir de casa, llevando una pequeña piedra entre la rudeza del talón y la ternura zapato.
Y aunque las buenas noticias nunca llegan en lunes, al asomarnos a la calle habrá que abrir bien los ojos para entrar de lleno en la semana: así como se entra al mar para enfrentar las olas con festiva angustia.
Los lunes son, acaso y por siempre, la resaca de todo aquello que no sabemos y esperamos. Quizá esta será la peor o la mejor semana. Pero es sabido que ninguna fortuna o ninguna desgracia empieza un lunes. Para eso están los martes o los jueves; vaya cada quien a saber qué día prefiere la calamidad o la alegría.
Los lunes apenas son un presentimiento de lo que ya viene o se nos escapa. Y después de todo, a pesar de la grave redondez de los lunes y su densa rutina, hay quienes sabemos llenar la boca de canciones y de aire limpio los pulmones. Hay algo, sabemos que hay algo en esas deslavadas y alegres melodías que se adhieren en los sueños y en los labios.
Declaremos pues que la semana inicia hoy, aunque ya vaya corriendo por el segundo día. Salgamos a la calle a lidiar con el sudor y la bilis; a buscar el pan y la sal que ya no saben, ni sabrán jamás, a aquella bárbara alegría que todavía buscamos.
Otro lunes está en la calle con sol rabioso. A esta hora también mis hermanos, y mis dos o tres amigos, habrán salido de sus casas llevando consigo lo que queda de esperanzas. Y esto a pesar de que Dios, el mismo dios que tornó agua en vino, juega a borrar nuestros grandes sueños cada mañana.
Caiga pues el lunes sobre los hombros, así como cae un puñado de hojarasca. Otra vez aspiremos, con fe inusitada, una bocanada de aire para entrar de lleno, sonrientes, al inicio de semana.