PÁGINAS

Páginas y delicias

Krishna Naranjo

Después, cuando llegue la ocasión anhelada, cuando nadie pueda vernos, abriremos la caja y… todo irá bien. Drácula, de Bram Stoker .. ¿A dónde ir? luego de experimentar una lúgubre sensación por el laberinto de Transilvania entre otras joyas vampíricas ¿Qué se supone que uno debe hacer? ¿Comentar la lectura? ¿Cerrar el libro, así nada más? ¿Detenerme en algunas ideas que puedan “resolver” momentos cruciales de la vida? Sí, lo sé, uno establece sus propios acuerdos con lecturas entrañables.

 

No obstante, existe una sensación de callejón sin salida, luego de la lectura ¿o la locura? Últimamente subrayo con lápiz aquellos planteamientos ligados a la existencia misma. He leído varias veces la novela de Bram Stoker, un regalo de mi amigo Gabriel. El ejemplar pasó alrededor de dos años en mi librero, empolvado, dedicado, rojo. Un día decidí tomar algo al margen de mis rumbos literarios habituales. Eso me sucede, cuando entre los deberes y las clases, queda poco tiempo para la lectura completamente libre. Entonces —como el título de un relato de Clarice Lispector— encuentro que “la felicidad es clandestina”, momentos destinados a tocar puertas, huir por pasadizos, encontrar llaves, callar al mundo y con nuevos ojos, abrirlo. Ahora leo algunos relatos de Margaret Atwood y presiento la sensación de cerrar el libro. No es que uno termine el libro, sino que lo prolonga en un horizonte particular.

Lo mejor que le sucede a la obra es provocar en el lector el efecto de caer en un hoyo insondable. Cuando las cosas importantes de la vida, concluyen, no sabemos en un primer instante qué hacer, a dónde ir. Ocurre al finalizar una relación de tantos años, al marcharnos de nuestra tierra natal, despedirnos de alguien amado. Y sabemos que la lectura —pero la que de veras mueve fibras sensibilísimas— es tiempo invertido, ensoñaciones co creadas. ¿Dónde habremos de colocarlas luego de leer el último renglón? Lo cierto es que la experiencia literaria resuena a lo largo de días, años, incluso resulta imposible cuantificar la huella que imprime en nuestro camino. Al cerrar el libro queda una nota de chocolate, un anhelo perturbador de continuar saboreando aquel dulce. Así vemos cómo las grandes obras literarias envuelven al lector en un mundo de relampagueos, lazos, reflejos. Y precisamente frente a este embrollo deviene su libertad. La apropiación particular, el secreto íntimo, el espejo nuestro.

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