PARA PENSAR
Por: Carlos M. Hernández Suárez
Alguien me hizo notar que el mejor maestro del mundo es tu hermano mayor. Él te enseñó a manejar bicicleta, a patear la pelota, a leer, a ignorar cuando tus padres discuten (ya se les pasará, tú no hagas caso).
En mi caso, tuve una hermana mayor, y los cursos en este caso son diferentes. A ella le gustaba mucho la escuela, era muy aplicada y estudiosa; en cambio, a mí me interesaba más fabricar catapultas, satélites y explosivos, reproducir las escenas de las películas, hacer máscaras, colectar insectos, hacer trampas para gallinas y enseñar al gato a cruzar por una tabla, como si fuera un tigre de Bengala, aunque El Churrín no cooperaba. Nada de eso te lo enseñan en la escuela. Mi hermana terminaba la tarea y luego me preguntaba si ya la había terminado. Me ayudaba a hacerla y luego se ponía a rezar un par de Padresnuestros y tres Avemarías, para que me fuera bien.
Por la noche, ya casi a punto de dormir, me despertaba para volver a rezar y no me metiera en problemas al día siguiente al presentar la tarea. Luego, me decía: “Carlos, a Morelos lo excomulgaron y no puede entrar al cielo, hay que rezar para que pueda entrar”. Y ahí estaba yo, prácticamente dormido, en la cama de al lado, recitando un Padrenuestro. Luego, recordaba que a Hidalgo también, y me decía: “Carlos, a Miguel Hidalgo también lo excomulgaron, vamos a aprovechar para pedir por él”. Y ahí estaba yo, preguntándome por qué no podíamos rezar de una sola vez por todos y no tratar individualidades y que mejor no hubiéramos logrado la independencia, ya estaba muy cansado, no sé a qué hora terminábamos.
También me enseñó que la capa que usan los superhéroes es un mito, un adorno que no sirve de nada y es muy peligroso. Una vez la reté a pelear, yo, con equipo completo: capa y antifaz (la capa era una toalla) y me agarró de la capa y me dio vueltas como se le da vueltas a una cebolla cuando la agarras del rabo. Como pude, me escapé y al momento de huir, traté de hacerlo con dignidad, al estilo Batman, así que subí al triciclo solo para que la toalla (perdón, la capa) se me enredara en las ruedas y no pude llegar a la cocina, donde estaba la Baticueva. Así me fue con mi hermana.
Mi hermana también me enseñó la clasificación de los espíritus, que se aparecen de vez en cuando: hay unos que brillan en la oscuridad y son blancos, esos son los buenos, y otros que son como manchas negras, con harapos, y esos son los malos. No sé qué hubiera hecho yo sin ese apoyo para clasificarlos.
En una ocasión en que no fui a misa el Viernes Santo, me platicó cómo el cura pasó lista a todo el pueblo y a los que faltaron clavó un puñal en un libro gigantesco sobre su nombre. No pude dormir bien. Como el cura era mi tío, me pasé la noche pensando cómo haría para encontrar ese libro en la sacristía y extraer el puñal de las letras con mi nombre sangrando.
Gracias por todo, Susy. Te amo.