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Por: Rubén Pérez Anguiano*
A veces parece resquebrajarse el orden republicano. Es cuando surge la tentación, nada saludable, del control absoluto, una tendencia muy propia de la historia latinoamericana. En efecto, de vez en cuando aparece un liderazgo fuerte que intenta sojuzgar el dichoso equilibrio constitucional para imponer su santa voluntad. No se cometa el error de pensar que es algo caprichoso, claro que no, está justificado por el delirio de representar a la nación entera.
Es común, digamos, que cuando el poder Ejecutivo percibe en el Legislativo una mayoría antagónica intenta controlarlo de cualquier forma, a veces mediante la coacción y la cooptación, o bien promoviendo una mayoría del partido afín o una funcional con partidos aliados. Eso debería ser un motivo de alerta para la sociedad, pues las mayorías legislativas sujetas al control del Ejecutivo tienen a ser irreflexivas y cuasi fanáticas. México contiene muchos ejemplos al respecto, algunos muy actuales, pero, en fin, la sociedad es un tanto ciega a esas experiencias.
También ocurre que el poder Judicial escapa a la órbita de Ejecutivo y se intenta maniatarlo a como dé lugar, aunque la vía preferida es la asfixia financiera. Eso sucede en muchas ocasiones. En otras la presión es directa o incluso ocurren mascaradas, burdas sustituciones del Judicial con títeres a modo. En Nicaragua, por ejemplo, donde hace mucho se extinguió el ideal, el poder Judicial está maniatado por militares y controlado por la señora Rosario Murillo, esposa de Daniel Ortega y vicepresidenta del país. Todo un poema a la revolución sandinista.
México no ha sido ajeno a tales tentaciones. En las épocas del burdo presidencialismo, el tema se zanjaba con el control partidista. Los modestos integrantes del Legislativo, salvo honrosas excepciones, se sometían por la vía disciplinaria a los designios del Ejecutivo.
Claro, hubo evidencias más burdas. Por ejemplo, Victoriano Huerta, apenas traicionando y asesinando a Madero y Pino Suárez, procedió a disolver las cámaras de diputados y senadores (10 de octubre de 1913), con el pretexto de que los integrantes del Legislativo llegaron a convertirse “en el peor enemigo del Ejecutivo” y en una “agrupación demagógica cuya única tendencia perfectamente definida es la de impedir toda obra de gobierno”. Por si fuera poco, también se les llamó “decididamente disolventes”. Elegantes palabras para decir que eran un estorbo.
Claro, al famoso chacal se le olvidó señalar que ya había ordenado el asesinato de algunos dignos representantes de ese poder que habían tenido el descaro de llamarlo “dictador”, un bello término clásico que indica que el poder se redujo a un mandato unilateral, es decir, sin posibilidades de equilibrio.
Detrás de esos ataques surge el interés político inmediato, pero el daño puede ser permanente pues un poder vulnerado será débil hacia el futuro y se perderá el necesario equilibrio que da sustento a la teoría clásica de la división de potestades.
Debe decirse con claridad: asfixiar financieramente al poder Judicial es intentar controlarlo, punto. Las justificaciones son meros adornos a un propósito no republicano.
Si se quiere sustituir a la teoría republicana (la división de poderes) antes deberá explicarse lo que se colocará en su lugar.
Si sólo se arruina el dichoso equilibrio lo que viene es el predominio de un poder, lo cual tiene un nombre bastante conocido y repudiado por toda la historia.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca, letras colimenses y un libro de aforismos.