Armería.- Don Rafael Pinto mira las olas en el mar de la playa de Cuyutlán, en Armería, y siente un profundo respeto. Su memoria le recuerda que cuando era un niño de ocho años, un maremoto le arrancó la vida a su hermanita de apenas doce meses.
En exclusiva para AFmedios expresa con voz melancólica su relato: “nos alcanzó el agua, nos aventó de aquel lado, me acuerdo que iba entre la mezquitera, llegó el agua hasta cerca de la vía (del tren)”. Ahora cuenta con 91 años de edad, pero el recuerdo del tsunami es tan vívido como aquel día.
José Salazar Cárdenas, en su libro El maremoto de Cuyutlán, 1932 da cuenta de que los días 3 y el 18 de junio de 1932 se registraron fuertes sismos en el sur de Jalisco y el estado de Colima. Pero el día 22 de junio, además del sismo, se presentó un gran tsunami.
Así también lo recuerda don Rafael Pinto: “en la mañana había temblado, fue en el 32 y cada rato temblaba y nos íbamos a dormir al templo, y ese día como a las 7:00 horas había temblado, nos levantamos de la iglesia estábamos ahí afuera, cuando ya decían que se iba a salir el mar”.
De hecho, el hombre mayor, de paso lento pero firme, recuerda que un día antes del tsunami su tía le había advertido a su padre, como presagio de lo que sucedería, que no viajara a Colima, pero él no le hizo caso.
“En ese tiempo el tren se venía de Manzanillo a Colima, por la tarde pasaba. Un día antes habíamos ido a dejar a mi abuelo que se fue a Colima y yo me acuerdo que le decía mi tía: ‘Papá, no te habías de ir, dicen que se va a salir el mar’, yo bien me acuerdo, y él decía: ‘¿Qué se va a salir?, ¿quién ha platicado con Dios que le haya dicho que se va a salir el mar?”.
Esa ola nos va a llegar
De acuerdo a la crónica que Salazar Cárdenas plasmó en su libro: “a las 7 de la mañana del 22 de junio de ese año los habitantes de Cuyutlán sintieron un temblor de regular intensidad, pocos segundos después escucharon un retumbido con rumbo al mar y posteriormente una gigantesca ola que llegó hasta la vía del ferrocarril que se encuentra a 800 metros (la distancia real es de 624 metros) en línea recta de la orilla del mar”.
La historia de Don Rafael Pinto no dista mucho de la que se narra en el multicitado libro, recuerda un mar tranquilo, de calma envidiable, de hecho, pensaban meterse a bañar en cuanto su abuela regresara del mercado.
Él estaba en la playa con su tía Amalia, siempre estaba ahí porque su abuelo paterno tenía una ramada donde recibía a los turistas, principalmente de Guadalajara, tenía ocho años de edad y cargaba a su hermana de doce meses.
“De repente vimos que casi no llegaban las olas a la orilla y escuché que el que estaba con nosotros nos dijo: ‘Como que se levantó una ola alta’, y cuando la ola llegó más de lo normal, ya dijo él: ‘Córranle que sí nos va llegar’.
“Mi tía me quita la niña, me la quitó, dice: ‘Para que corras más recio’, pero allá era pura mezquitera, para allá era monte, para llegar allá había una lomita de pura arena, se tenía uno que subir y bajaba de aquel lado, me quitó la niña y corrimos».
“En cuanto empezamos la subida nos alcanzó el agua, nos aventó, me acuerdo que iba entre la mezquitera, quedé todo arañado, golpeado, ahí entre las espinas me detuve, llegó el agua hasta cerca de la vía y luego se regresó, pero detrás de la loma quedó acumulada como laguna”.
La hallaron ahogada
De acuerdo a las descripciones que Don Rafael hace, como si estuviera viéndolo en el lugar ahora cubierto de hoteles, restaurantes y ramadas, Cuyutlán solo tenía una calle, la principal (aunque había varias paralelas), al final de la cual había dunas de arena, con huizaches, mezquites y más plantas espinosas.
Allá es donde dice haber quedado atorado, después de que gracias a que sabía nadar pudo flotar entre la gran ola y su agua que llegó hasta la vía del tren, a varios cientos de metros de distancia de la zona de costa.
“Cuando pude me levanté, me vine caminando como pude, me alcanzó un amigo y ya me dice: ‘Vente’, porque ya en la calle principal ya estaba una camioneta con los damnificados, que nos iban a sacar, y ahí estaba mi tía Amalia, ella creía que me había ahogado.
“(Varios de mis familiares) ahí estaban arriba de una camioneta y mi tía ya me platicó que la niña se había ahogado, que la alcanzó la ola, la tumbó y se la quitó de los brazos”.
Rafael Pinto dice que los llevaron a Manzanillo, recuerda un galerón con muchas camas para las personas que fueron afectadas, ahí llegó su abuelo y su mamá, quienes le confirmaron la desgracia: habían encontrado ahogada a su hermana, la reconocieron por el vestido.
Algunos de los recuerdos del hombre de más de 90 años no son claros: dice no tener una noción clara del Cuyutlán destrozado que sí describen algunas crónicas, tampoco sabe si hubo más ahogados, aunque asegura que sí, pues mucha gente estaba cerca de la playa.
El libro de José Salazar sobre la Ola Verde narra lo sucedido después de que la masa de agua salió de su lugar habitual: “a su paso por la población el colosal tumbo hizo destrozos en la mayor parte de las construcciones que eran casas de tejamanil, zacate y enramadas de palapa, arrasando a su paso todo lo que encontraba y acumulando palizada y escombros por todos lados…”
Don Rafa mira el mar mientras le toman algunas fotografías para recordar la cita que en la entrevista tuvo con el pasado, mira la inmensidad azul-verde y parece perdido en sus remembranzas.
Le pregunto qué siente, solo responde: “respeto” y sigue, como hipnotizado, mirando el horizonte en el mar.
(Los datos plasmados en el presente texto se ciñen estrictamente a lo narrado por el entrevistado, y se le considera de valor testimonial, no científico).
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