Por: Krishna Naranjo
Dios hace hoy en día a sus criaturas el don de ponerlas en una desgracia tal que les sea necesario encontrar y asumir la virtud más grande, la de decidir entre Todo o Nada.
Albert Camus
La vigencia es un valor agregado de la literatura. La peste, de Albert Camus, publicada en 1947, tiene un vínculo: cómo la palabra, signo del movimiento actual se inclina por la veta filosófica y la honda conciencia colectiva. Transcurre el tiempo sobre la escalera generacional y surge la impresión de que la época actual está habitada por el dolor y el desencanto. El escritor argelino asombra con la veracidad de la fatal ¿realidad? de nuestra vida.
A Orán —cualquier ciudad—, la invade una peste: decenas de ratas violentan sus calles. Las casas presienten que algo sacudirá el letargo y golpeará la aparente estabilidad infinita. Primero, aparecen decenas, luego centenares hasta que miles de ratas serán el emblema de la catástrofe. Sin embargo, Camus plantea esta turbulencia desde una dimensión seductora porque en tales situaciones se revela la naturaleza humana: «Se puede decir que esta invasión brutal de la enfermedad tuvo como primer efecto el obligar a nuestros conciudadanos a obrar como si no tuvieran sentimientos individuales» (p. 59).
En medio del desconcierto, impera la supremacía de lo necesario. Se olvida lo accesorio de la existencia: la compañía, el amor y los placeres. No obstante, el cronista ―agudo observador que revela los acontecimientos de Orán―, expone el desasosiego que provocan cuestiones como el tiempo, el exilio, la soledad, temas que parecen inexistentes en lo cotidiano. La reclusión los hace brotar en los efervescentes pensamientos de los habitantes. Con la separación, deviene la angustia, los amantes se atormentan con el remordimiento: «El primer motivo era la dificultad que encontraban para recordar los rasgos y gestos del ausente. Lamentaban entonces la ignorancia en que estaban de su modo de emplear el tiempo» (p. 65).
En el estado de peste, el doctor Rieux toma los síntomas generales de la salud de Orán hasta las consecuencias funestas y se da cuenta que la pandemia es, también, indicador ontológico. Sus habitantes padecen una crisis anímica, existencial y religiosa; sombra que gestó la Segunda Guerra Mundial. Se unifica la identidad aturdida de los ciudadanos e impera la sensación de igualdad. La palabra, las formas de pensar y de relacionarse, cambian. Todos yacen amenazados bajo la garra de la punzante enfermedad. La peste le grita al lector que la realidad es un estado apocalíptico permanente del que se murmura, se lleva en silencio. Hay historias que nos golpean la conciencia porque nos identificamos en la angustia del porvenir. ¿Habrá tregua en todo esto? ¿Hemos de acostumbrarnos al silencio? ¿Retomaremos la vieja palabra como guía profética y des/esperanzadora? ¿Vale la pena de veras, lo que hacemos todos los días a manera de réplica como garantía de estabilidad?
Referencia:
Camus, A. (2001). La peste. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.