Temporada de ‘chapulines’ 2024

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

Los políticos mexicanos podrán dar e inventarse los argumentos que gusten y manden para justificar el brinco de un partido a otro, pero una cosa es segura: gratis no es.

Y es que como cada tres o seis años estimados lectores, vuelvo a reflexionar sobre la ya cíclica temporada de chapulines.

En este período crítico – electoral de la política nacional, donde la fidelidad partidista parece tan volátil como las promesas de campaña, se antoja difícil no cuestionar las justificaciones increíbles que acompañan a estos sorprendentes cambios de lealtad.

Es verdad, no lo desestimo ni omito que nuestro sistema político permite todos estos enroques políticos, pero estos brincos de los políticos mexicanos han alcanzado niveles insospechados, llevándonos a preguntarnos si realmente creen en los ideales de sus nuevos partidos o si simplemente están siguiendo la corriente de sus propios intereses personales.

Uno de los argumentos recurrentes es la supuesta disconformidad ideológica, pero ¿realmente un político puede cambiar tan drásticamente sus creencias de un día para otro? La coherencia y la transparencia se pierden en medio de estas transiciones, donde la línea entre la convicción y la conveniencia se desdibuja de manera sorprendente.

¿Cuánto cuesta un brinco de partido? ¿Qué ofertas, cargos o privilegios se esconden detrás de estas transiciones? Las justificaciones increíbles no deberían ser suficientes para legitimar estas prácticas, y es responsabilidad de los votantes exigir transparencia y coherencia a aquellos que pretenden liderar el destino del país mediante estos brincos.

Un hecho preocupante – ya muy visto – para todos los ciudadanos, en especial los electores, es que quien brinca a de un partido a otro con una cuota de poder de por medio, la lealtad y compromiso siempre será con su salvador, es decir, su nuevo partido y no con la sociedad.

Otro pretexto común es la falta de espacio para el desarrollo de ideas, cargos, reconocimiento y propuestas dentro del partido de origen. Sin embargo, este razonamiento se desmorona al observar cómo aquellos – que cambian habiendo negociado una posición que no obtuvieron en su ex partido, no todos – que saltan de una agrupación a otra parecen tener el mismo patrón de actuación: buscar oportunidades de poder y protagonismo, más que un auténtico deseo de transformación política.

En medio de este escenario es aún más llamativo cómo algunos políticos presentan sus cambios de partido como un acto heroico de rebeldía, cuando en realidad se asemejan más a movimientos estratégicos de ajedrez, calculados con precisión para minimizar sus daños y maximizar sus propios beneficios en menor tiempo.

La verdadera rebeldía debería ser la fidelidad a los principios y a la confianza depositada por los electores.

En este momento previo a la elección del 2 de junio, donde la confianza en las instituciones políticas y la misma democracia podría estar en juego, es fundamental que los ciudadanos  demanden explicaciones sensatas más allá de las convenientes narrativas políticas.

Y es que mientras los políticos continúen brincando de un partido a otro con justificaciones tan endebles como sus compromisos, la democracia mexicana seguirá siendo cuestionada. La lealtad partidista debería ser un reflejo de convicciones genuinas, no una moneda de cambio en la búsqueda desmedida de intereses personales.

La crítica a estos brincos electorales debería ser más que un ejercicio retórico; y convertirse en un llamado urgente a la reflexión y a la exigencia de responsabilidad por parte de la ciudadanía.