EL ARCÓN DE HIPATIA
Por. Saraí AGUILAR ARRIOZOLA
Se le atribuye a Dalí la frase: “lo menos que puede pedirse a una escultura es que no se mueva”. Pero, al parecer, para la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, mover esculturas ha sido parte de la agenda.
En octubre de 2020, el gobierno de la Ciudad de México y el INAH realizaron el desmontaje del complejo escultórico conformado por las estatuas de Cristóbal Colón y de los frailes Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Juan Pérez de Marchena y Diego de Deza, ubicado en la Avenida Paseo de la Reforma, en la colonia Tabacalera. Aunque se explicó que sería para restaurarlas, fue evidente que el retiro obedeció, sobre todo, a la amenaza de activistas de que derribarían el monumento al navegante genovés en el Día de la Raza, por atribuírsele el genocidio de millones de indígenas.
Con esto se dio paso a “descolonizar el Paseo de la Reforma (cualquier cosa que eso signifique o implique)”. En una conferencia de prensa el pasado domingo 5, Sheinbaum anunció que la estatua no regresaría a la glorieta y en su lugar se colocaría la escultura de una mujer indígena. La semana pasada afirmó que el destino de la estatua de Colón quedaría a cargo del INAH, el cual finalmente optó por llevarlo al Parque América en la colonia Polanco, alcaldía Miguel Hidalgo.
En este complicado enredo sería interesante que la jefa de gobierno explicara en qué medida resulta más “colonizante” que esté la escultura en Reforma que en Polanco. Abonar a conceptos de clases sociales y reforzar esos estereotipos, suponiendo que “de aquel lado no será vandalizado”, refuerza las divisiones de la sociedad.
Pero como si no fuese suficiente, lo que resulta realmente incomprensible es la lógica en teoría feminista nacionalista con la que defendió su posición de poner la escultura de una mujer indígena, “Tlali” en lugar de Colón.
El boceto de la escultura fue revelado por quien fue encargado de realizarla, el artista Pedro Reyes, quien borró de sus redes la imagen que después se volvería viral desatando memes y polémica. Y ésta creció a tal grado de que unas 400 mujeres artistas firmaron una carta en la que rechazaron que se designara a un hombre “blanco-mestizo” para esculpir la representación de una mujer representativa de los pueblos originarios. Al final Sheinbaum delegó a un comité la decisión que, ciertamente, no está del todo claro si originalmente le correspondía tomar unilateralmente.
Si bien es cierto que existe un esfuerzo internacional porque las mujeres sean representadas en los monumentos históricos de los países, lo que se conoció del boceto de “Tlali” (y el proyecto en sí) no hacía más que perpetuar la costumbre patriarcal de colocar representaciones de mujeres no existentes o de fábula, en lugar de homenajes a aquellas de carne y hueso que dieron su vida a la par de los hombres que sí son representados y de quienes no se colocan efigies imaginarias. Por ejemplo, el año pasado en Central Park se colocó la primera estatua de mujeres reales y no “musas”. Este primer monumento fue el de las Pioneras de los Derechos de la Mujer, con la que se rinde homenaje a Sojourner Truth, Elizabeth Cady Stanton y Susan Anthony.
¡Qué tristeza! Aquí, una vez más, las mujeres son olvidadas sistemáticamente y por más que se rectifique no puede dejar de señalarse que se optó en un principio por una representación que, por si fuese poco, diluye la existencia de la mujer indígena, pues solo remite a estereotipos mezclados como si la simple etiqueta “ indígena” bastara para darle carácter propio.
No nos usen como pretexto. El poner estatuas de mujeres sin ton ni son, y sin siquiera considerar que se saquen del cajón del olvido a aquellas que han sido madres de la Patria, es más lastimoso que dejar el monumento a Colón donde estaba. Antes de hablar de descolonizar Paseo de la Reforma, debemos de romper los moldes patriarcales y transformar la historia.
Columna publicada con la autorización de Saraí Aguilar Arriozola