Tocar un instrumento musical a lo largo de la vida brinda mucho más que diversión, emoción y compañía. Este buen hábito ayuda a mantener las funciones cognitivas al llegar a la tercera edad, concluyó una investigación.
“La actividad musical a lo largo de la vida es un ejercicio cognitivo fuerte, que hace que el cerebro esté en forma y sea más capaz de acomodarse a los desafíos de envejecer. Como estudiar un instrumento requiere años de práctica y aprendizaje, crea conexiones alternativas en el cerebro que pueden compensar el declive cognitivo que viene con los años”, dijo Brenda Hanna-Pladdy, uno de los autores. Las conclusiones fueron publicadas en la revista Neuropsychology.
MÚSICA PARA EL CEREBRO
Para llegar a dichas conclusiones los autores trabajaron con 70 personas de 60 a 83 años de edad. Los voluntarios fueron divididos en tres grupos: los que nunca habían tocado un instrumento, los que lo habían hecho por 1 a 9 años y los que habían superado la década de melodías. Todos tenían un mismo nivel de educación, un buen estado físico y se encontraban saludables.
Cada participante realizó una serie de pruebas y ejercicios destinados a medir varios aspectos de sus capacidades cognitivas, especialmente aquellos donde más se siente el paso de los años.
Los músicos con más experiencia fueron los más afortunados ya que mostraron los mejores resultados cognitivos, especialmente en las pruebas que medían la memoria visual-espacial, el nombrar objetos y la flexibilidad del cerebro para procesar nueva información.
A continuación, estuvieron los que habían tocado el instrumento por menos años y luego los que no eran músicos, cuyos cerebros se mostraron menos agudos y flexibles.
“Basándonos en nuestra investigación y en los resultados de otros estudios, creemos que tanto los años en la música como la edad donde comienza a aprenderse son críticos. Hay períodos cruciales en la plasticidad del cerebro que mejoran el aprendizaje. Esto hace que sea más fácil aprender un instrumento antes de una cierta edad y que por lo tanto tenga un mayor impacto en el desarrollo del cerebro”, concluyó Hanna-Pladdy.