Una derrota anunciada

La velocidad de los puños de Mayweather superó al Canelo Álvarez y al jurado, compuesto por un lunático que dictaminó empate y dos sujetos más que vieron una victoria apretada del estadounidense. Al margen del disparatado veredicto oficial (decisión mayoritaria), la victoria de Mayweather fue tan abrumadora como la bolsa que se llevó: 42 millones de dólares.

Doce veces se fue a su esquina Álvarez frustrado por no encontrar ni el rostro ni el cuerpo de Maywather, quien tuvo una noche plácida para exhibir el completísimo catálogo de virtudes que lo ha encumbrado en su deporte: velocidad, técnica, elasticidad, inteligencia y, sobre todo, su portentosa defensa.

La mano izquierda de Mayweather encontró un festín en el rostro de Álvarez, quien torpemente lo perseguía y sólo encontraba humo. Si bien el pelirrojo no estuvo al borde del nocaut, nunca pudo encontrar ni la distancia, ni el tiempo ni la inspiración para golpear a su reputado oponente.

La proverbial velocidad de Mayweather se mostró a plenitud contra un rival muy tierno, ingenuo, por momentos apanicado, como en el séptimo round, cuando el estadounidense lo arrinconó en una esquina y le metió hasta seis jabs y un par de rectos de derecha sin respuesta, traspasando su pobre guardia.

Mayweather pegó impune y alegremente, a placer, cómodo en todas las circunstancias, incluso en el intercambio de golpes, en el que se suponía tendría ventaja Álvarez por su pegada. Pero los intercambios fueron pocos precisamente porque Álvarez no pegaba: estiraba su pálido brazo izquierdo midiendo la distancia, pero cuando el derecho, parsimonioso, emprendía su trayecto a la humanidad de Mayweather, éste ya le había metido tres fulgurantes jabs y un cruzado de derecha y lo retaba desde el otro extremo del cuadrilátero: imposible alcanzarlo.

Money demostró que más que un peleador es un sofisticado mecanismo de defensa: la heterodoxa pose de su hombro izquierdo, su flexible tronco, su sonrisa cínica y retadora como señuelo, sus incansables piernas… Imposible cazarlo. Y como los de tantos otros antes, los golpes del Canelo se quedaban en su imaginación, porque sus puños ni siquiera alcanzaban a perseguir a su rival.

Desquiciado por la velocidad y la arrogancia de Mayweather, quien lo retaba con su sonrisa cínica, Álvarez lo golpeó en una pierna, en un arrebato tan ridículo como infructuoso. Y así, cada round era una copia del anterior: Mayweather pegando y saliendo, el Canelo recibiendo y quedándose quieto, el público silenciándose.

Actividades ilícitas al margen, nunca nadie se embolsó 42 millones de dólares con tanta facilidad como el multicampeón estadounidense.

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