Con un gol de Iniesta prácticamente sobre la hora, el Barça se convirtió en el segundo finalista de Roma.
Cuando los azulgranas jugaban con un hombre menos, empataron 1 -1 un partido que estaba prácticamente perdido.
Hasta entonces, el Barça, maniatado por el juego físico del Chelsea, no había pateado ni una sola vez entre los tres palos del arco defendido por Petr Cech.
Fue Iniesta, el hombre más peligroso de los azulgranas durante todo el partido quien, en el minuto 93, recogió un pase de Messi y lanzó un tremendo zapatazo que se colocó por la escuadra y resucitó a un equipo que ya estaba muerto.
Había mucha expectación por saber si el Chelsea se atrevería a repetir, ante su afición, el planteamiento ultradefensivo que exhibió en el Camp Nou y lo hizo.
Hiddink volvió a renunciar al balón y conminó a su equipo a vivir agazapado atrás en busca de alguna contra letal, un balón colgado al musculoso Drogba o un rechace en segunda jugada.
Y la primera que tuvo, la hizo. Un pase de Essien desde el frente, que enganchó de volea un balón rebotado, a los nueve minutos de juego, que se coló por la escuadra derecha de Valdés después de pegar en el travesaño.
El partido acababa de empezar y el conjunto inglés ya lo tenía justo donde quería, con el marcador a favor, el rival obligado a volcarse en ataque y un montón de espacios para sentenciar la eliminatoria a la contra.
Mientras, el Barça tocaba y tocaba, con constantes intercambios de posición de los tres de arriba -Messi, Iniesta y Eto’o-, pero obsesionado en entrar por el centro y hasta la cocina con el balón controlado, un mal endémico del conjunto azulgrana que ya parecía olvidado.