Va de nuevo

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Por: Rubén Pérez Anguiano*

La reciente marcha por la democracia brindó una combinación de alegría y tristeza: alegría por la vigencia del sentimiento democrático entre sectores diversos de la sociedad; tristeza, porque tales manifestaciones significaron una acusación hacia el deterioro político del país.

Por una parte, la democracia fue celebrada, por la otra se hizo evidente que la democracia está en riesgo. Alegría y tristeza, insisto.

Quizás en algunos años podremos identificar a este periodo como el de la regresión democrática. Ojalá y no, pero ya se verá. Las señales son inquietantes al respecto.

Alguien podrá decir que las marchas por la democracia del pasado domingo estuvieron dirigidas por partidos y movimientos “de derecha” (cualquiera que sea la concepción de tal identidad geométrica). Incluso, escuché por ahí que la marcha en Colima estuvo integrada por “priístas disfrazados de sociedad civil”. Podemos aceptar ambas descalificaciones, pero no dicen nada ni resuelven el debate. En realidad, las marchas por la democracia tienen sustento en decisiones antidemocráticas, en la percepción de que está en peligro el modelo democrático elegido por el país, no en la ideología de quienes la convocan o de quienes responden a la convocatoria.

Descalificar una acción política por la identidad de quienes la integran es una variante de la falacia argumental llamada “ad hominem”, es decir, refutar un argumento (en este caso, una acción política) desacreditando a los seres humanos que participan en ella.

Quien cayó en esa desacreditación fue Claudia Sheinbaum en su registro como candidata presidencial. Allí acusó de falsedad e hipocresía a quienes marcharon por la democracia. En fin, habrá que recordar que las falacias significan una medida desesperada y demuestran que el debate se perdió.

Se pudo suponer que el arribo al poder de una alternativa partidista empapada en el discurso democrático y experimentada en fuertes luchas cívicas consolidaría la democracia y la dejaría firme hacia el futuro. Ello habría significado la culminación de un largo proceso político en el país y habría dotado de una incuestionable legitimidad al partido en el poder. Pero eso no sucedió.

De forma curiosa, incluso trágica, la llamada Cuarta Transformación se distinguió por muchas cosas, menos por la definición democrática. Los mensajes fueron claros. Se podrían dar decenas de ejemplos, pero basten para los fines de este artículo dos:

  • El discurso injerencista del presidente Andrés Manuel en el proceso electoral del país, rebosando de actitudes que él mismo criticó en algunos presidentes hace años, y…
  • La tentación permanente por influir en el Poder Judicial y reducir las instancias constitucionales autónomas creadas para limitar el poder.

En fin, como hace tantos años, las luchas democráticas van de nuevo y ahora frente a quienes hace años fueron partícipes de esas luchas. Es una cruel ironía.

Lo cierto es que a veces, quienes acceden al poder por la vía democrática, intentan quitar la escalera y quedarse arriba.

 

*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.